miércoles, 27 de marzo de 2013

En camino hacia la Unidad

En camino, hacia la unidad plena y visible de la Iglesia
Y vio Dios que era buena la creación; y muy buena, la comunicación de vida al hombre y a la mujer para vivir en comunidad de amor: A imagen de Dios los creó. Mas, al contemplar la recreación realizada en Cristo Jesús, se admiró Dios Padre del amor sin límites de Jesús, su Hijo bien amado, y lo glorificó; de la intimidad trinitaria y de su gloria, nosotros somos partícipes por el don que en oración, al final de la última Cena, Jesús suplicó al Padre:
Te pido que todos vivan unidos. Como tú, Padre, estás en mi y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado (Jn 17, 21).
Este don de la unidad comunicado a la Iglesia se hace tarea de todos los cristianos, compromiso eclesial en colaboración con el Espíritu hacia la unidad plena y visible de todos los discípulos de Cristo, y constituye el fin prioritario y último del movimiento ecuménico. Si por la regeneración bautismal y la acción del Espíritu Santo ya somos partícipes de la Comunión-comunidad trinitaria, todavía estamos en camino hacia la plenitud de la unidad en la misma dinámica escatológica del Reinado de Dios.
El Directorio General para la Catequesis [1997], que concreta en este campo pastoral los principios ecuménicos del decreto conciliar Unitatis Redintegratio [1964] y del Directorio Ecuménico [1993], dice:
“Toda comunidad cristiana, por el hecho de serlo, es movida por el Espíritu Santo a reconocer su vocación ecuménica en la situación concreta en que se encuentra, participando en el diálogo ecuménico y en las iniciativas destinadas a realizar la unidad de los cristianos” (197).
Sin embargo, qué poco se tiene en cuenta la dimensión ecuménica y se lleva a la práctica en nuestra pastoral y en la catequesis; la Iglesia en sus funciones y acciones, y en concreto la catequesis – afirma el Directorio para la Catequesis – “está llamada a asumir siempre y en todas partes” dicha dimensión (cf. 197). No se puede obviar la vivencia de la unidad, porque la unidad de la Iglesia es inseparable de la misión y de la evangelización; las divisiones en la Iglesia de Cristo afectan a la credibilidad del Anuncio.
Los retos del relativismo, el secularismo, la ausencia de Dios en las sociedades más desarrolladas de occidente, el vacío espiritual, el individualismo religioso, la necesidad de una transformación profunda del mundo interrogan a la Iglesia, motivan una Nueva Evangelización y demandan, con más urgencia hoy, una respuesta de todos los cristianos unidos en el testimonio y en la acción.
El papa Benedicto XVI en su homilía de las Vísperas solemnes del 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo y último día de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, cuyo lema fue Qué exige el Señor de nosotros, insistía en estas urgencias:
“La comunión plena y visible entre los cristianos ha de entenderse, de hecho, como una característica fundamental para un testimonio más claro. Mientras estamos en camino hacia la plena unidad, es necesario entonces proseguir la cooperación práctica entre los discípulos de Cristo en favor de la transmisión de la fe al mundo contemporáneo”.
Dos sensaciones contrapuestas brotan en nuestro ser: Contemplo con mirada universal el quehacer de personas, instituciones e Iglesias que promueven iniciativas en favor de la unidad y nos invade el gozo de la intervención del Espíritu que constantemente reaviva el movimiento ecuménico; analizo la realidad próxima eclesial, y percibo la débil inquietud y el compromiso ecuménicos que existe en nosotros.
Sin embargo, pese al tenue trabajo ecuménico que hacemos en nuestras Bases – oración, conversión, diálogo fraterno, estudio y catequesis: reflexión-acción –, porque sembrar es nuestra responsabilidad, es fecundado por el Espíritu Santo y, en íntima colaboración,  roturamos caminos que llevan a la unidad:
“En nuestra búsqueda de la unidad en la verdad y en el amor, entonces, nunca debemos perder de vista la percepción de que la unidad de los cristianos es obra y don del Espíritu Santo, y va mucho más allá de nuestros propios esfuerzos” (Benedicto XVI, id.; cf. Decr. UR, 8).

Benito González Raposo