miércoles, 13 de noviembre de 2013

Documento de Ravena entre las Iglesias Ortodoxa y Católica

COMISIÓN MIXTA INTERNACIONAL PARA EL DIÁLOGO TEOLÓGICO ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA Y LA IGLESIA ORTODOXA


CONSECUENCIAS ECLESIOLÓGICAS Y CANÓNICAS DE LA NATURALEZA SACRAMENTAL DE LA IGLESIA

COMUNIÓN ECLESIAL, CONCILIARIDAD Y AUTORIDAD

Rávena, 13 de octubre de 2007 []

Introducción

1. “Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.”(Jn 17,21). Agradecemos al Dios Trinidad que nos ha reunido –nosotros, miembros de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa– a fin de poder responder juntos en obediencia a esta oración de Jesús. Somos conscientes del hecho de que nuestro diálogo se reanuda en un mundo que ha cambiado profundamente en estos últimos tiempos. Los procesos de secularización y de globalización, y el reto planteado por los nuevos encuentros entre cristianos y creyentes de otras religiones, exigen que los discípulos de Cristo den testimonio de su fe, de su amor y de su esperanza con una nueva urgencia. Que el Espíritu del Señor resucitado permita a nuestros corazones y a nuestros espíritus llevar los frutos de la unidad en las relaciones entre nuestras Iglesias, con el fin de que podamos servir juntos la unidad y la paz de toda la familia humana. Que el mismo Espíritu nos conduzca a la plena expresión del misterio de la comunión eclesial, que reconocemos con gratitud como don maravilloso de Dios al mundo, un misterio cuya belleza resplandece especialmente en la santidad a la cual todos estamos llamados.

2. Siguiendo el plan de trabajo adoptado en su primera reunión en Rodas en 1980, la Comisión mixta ha empezado por estudiar el misterio de la koinonia eclesial a la luz del misterio de la Santa Trinidad y de la Eucaristía. Esto ha permitido comprender mejor la comunión eclesial, tanto al nivel de la comunidad local reunida alrededor de su obispo, como al nivel de las relaciones entre los obispos y entre las Iglesias locales que cada obispo preside en comunión con la única Iglesia de Dios difundida en todo el universo (cf. Documento de Múnich, 1982). Con el fin de esclarecer la naturaleza de la comunión, la Comisión mixta ha subrayado la relación que existe entre la fe, los sacramentos – en particular los tres sacramentos de iniciación cristiana – y la unidad de la Iglesia (cf. Documento de Bari, 1987). Después, estudiando el sacramento del Orden en la estructura sacramental de la Iglesia, la Comisión ha indicado claramente el papel de la sucesión apostólica como garantía de la koinonia de toda la Iglesia y de su continuidad con los Apóstoles en todo tiempo y en todo lugar (cf. Documento de Valamo, 1988). De 1990 a 2000, el principal tema examinado por la Comisión ha sido el del “uniatismo” (Documento de Balamand, 1993; Baltimore, 2000), tema que profundizaremos en un futuro próximo. Tratamos ahora el tema planteado al final del documento de Valamo reflexionando sobre la comunión eclesial, la conciliaridad y la autoridad.

3. Teniendo como base estas afirmaciones comunes de nuestra fe, debemos sacar ahora las consecuencias eclesiológicas y canónicas que resultan de la naturaleza sacramental de la Iglesia. Dado que la eucaristía, a la luz del misterio trinitario, constituye el criterio de la vida eclesial en su conjunto, ¿cómo reflejan visiblemente las estructuras institucionales el misterio de esa koinonia? Al realizarse la Iglesia una y santa a la vez en cada Iglesia local que celebra la eucaristía y en la koinonia de todas las Iglesias, ¿cómo manifiesta esta estructura sacramental la vida de las Iglesias?

4. Unidad y multiplicidad, la relación entre la única Iglesia y las numerosas Iglesias locales, esta relación constitutiva de la Iglesia plantea igualmente la cuestión de la relación entre la autoridad inherente a cada institución eclesial y la conciliaridad que resulta del misterio de la Iglesia como comunión. Debido a que los términos “autoridad” y “conciliaridad” abarcan un vasto dominio, comenzaremos por definir la manera en la que entendemos estos términos[ ].

I. Los fundamentos de la conciliaridad y de la autoridad

1. La conciliaridad

5. El término conciliaridad o sinodalidad viene de la palabra “concilio” (synodos en griego, concilium en latín), que indica esencialmente una asamblea de obispos que ejercen una responsabilidad particular. Sin embargo, podemos también comprender el término en un sentido más global, refiriéndose a todos los miembros de la Iglesia (cf. el término ruso sobornost). En consecuencia, hablaremos primero de conciliaridad para indicar que en virtud del bautizo, cada miembro del Cuerpo de Cristo tiene su sitio y su propia responsabilidad en la koinonia (communio en latín) eucarística. La conciliaridad refleja el misterio trinitario, donde encuentra su último fundamento. Las tres personas de la Santa Trinidad están “enumeradas”, como dice san Basilio el Grande (Sobre el Espíritu Santo, 45), sin que la designación de “segunda” o de “tercera” persona implique cualquier disminución o subordinación. Asimismo, existe también un orden (taxis) entre las Iglesias locales, que no implica, sin embargo, ninguna desigualdad en su naturaleza eclesial.

6. La eucaristía manifiesta la koinonia trinitaria actualizada en los fieles como una unidad orgánica de varios miembros, cada uno de los cuales tiene un carisma, un servicio o un ministerio propio, necesarios en su variedad y su diversidad para la edificación de todos en el único Cuerpo eclesial de Cristo (cf. 1 Co 12,4-30). Todos estamos llamados, comprometidos y tenidos por responsables – cada uno de manera diferente pero no menos real – en el cumplimiento común de las acciones que, por el Espíritu Santo, hacen presente en la Iglesia el ministerio de Cristo, “el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6). De esta manera, el misterio de la koinonia salvífica con la Santa Trinidad se realiza en el género humano.

7. Toda la comunidad y cada persona en ella tienen la “conciencia de la Iglesia” (ekklesiastikè syneidesis), como la define la teología griega, el sensus fidelium en la terminología latina. En virtud del bautismo y de la confirmación (o crismación), cada miembro de la Iglesia ejerce una forma de autoridad en el Cuerpo de Cristo. En ese sentido, todos los fieles (y no sólo los obispos) son responsables de la fe profesada en su bautismo. Nuestra enseñanza común es que el pueblo de Dios, por “la unción recibida del Santo” (1 Jn 2, 20 y 27), en comunión con sus pastores, no puede estar en el error en materia de fe (cf. Jn 16, 13).

8. Proclamando la fe de la Iglesia y aclarando las normas de la conducta cristiana, los obispos tienen un papel específico por institución divina. “Como sucesores de los apóstoles, los obispos son responsables de la comunión en la fe apostólica y de la fidelidad a las exigencias de una vida conforme al Evangelio” (Documento de Valamo, 40).

9. Los concilios son el medio principal por el cual se ejerce la comunión entre los obispos (cf. Documento de Valamo, 52). Pues “la adhesión a la comunión apostólica une a todos los obispos entre ellos relacionando el episkopè de las Iglesias locales al Colegio de los Apóstoles. Ellos también forman un colegio arraigado por el Espíritu Santo en el “una vez por todas” del grupo apostólico, el único testigo de la fe. Esto significa no sólo que deberían estar unidos entre ellos por la fe, la caridad, la misión, la reconciliación, sino también que tienen en común la misma responsabilidad y el mismo servicio hacia la Iglesia” (Documento de Múnich, III, 4).

10. Esa dimensión conciliar de la vida de la Iglesia pertenece a su naturaleza más profunda. Es decir, está fundada sobre la voluntad de Cristo para sus fieles (cf. Mt 18, 15-20), mismo si sus realizaciones canónicas están necesariamente determinadas también por la historia y por el contexto social, político y cultural. Así definida, la dimensión conciliar de la Iglesia debe estar presente a los tres niveles – local, regional, y universal – de la comunión eclesial: al nivel local de la diócesis confiada al obispo; al nivel regional de un conjunto de Iglesias locales con sus obispos quienes “reconocen el que es el primero de ellos” (Canon apostólico 34); y al nivel universal, donde los que son los primeros (protoi) en las diversas regiones, con todos los obispos, colaboran en lo que concierne a la totalidad de la Iglesia. A este nivel también, los protoi deben reconocer a aquel que, entre ellos, es el primero.

11. La Iglesia existe en numerosos lugares diferentes, lo que manifiesta su catolicidad. Siendo “católica” es un organismo vivo, el Cuerpo de Cristo. Cada Iglesia local, cuando está en comunión con las demás Iglesias locales, es una manifestación de la Iglesia de Dios, una e indivisible. Por consiguiente, ser “católico” significa estar en comunión con la única Iglesia de todos los tiempos y de todos los lugares. Por eso romper la comunión eucarística quiere decir atentar contra una de las características esenciales de la Iglesia, su catolicidad.

2. La autoridad

12. Cuando hablamos de autoridad, nos referimos a la exousia, tal como está descrita en el Nuevo Testamento. La autoridad de la Iglesia le viene de su Señor y Maestro, Jesucristo. Habiendo recibido su autoridad de Dios Padre, el Cristo, después de su resurrección, la compartió, por el Espíritu Santo, con los Apóstoles (cf. Jn 20, 22). Por ellos, fue transmitida a los obispos, sus sucesores, y por estos a toda la Iglesia. Jesucristo nuestro Señor ha ejercido esta autoridad de diversas maneras, por lo que el Reino de Dios, hasta su realización escatológica (cf. 1 Co 15, 24-28), se manifiesta al mundo enseñando (cf. Mt 5,2; Lc 5,3), operando milagros (cf. Mc 1, 30-34; Mt 14, 35-36), cazando los espíritus impuros (cf. Mc 1, 27; Lc 4, 35-36), perdonando los pecados (cf. Mc 2, 10; Lc 5, 24), y guiando a sus discípulos sobre los caminos de la salvación (cf. Mt 16, 24). Conforme al mandato recibido de Cristo (cf. Mt 28, 18-20), el ejercicio de la autoridad propia de los apóstoles y, más tarde, de los obispos, comprende la proclamación y la enseñanza del Evangelio, la santificación por los sacramentos, en particular la eucaristía, y la dirección pastoral de los creyentes (cf. Lc 10, 16).

13. En la Iglesia, la autoridad pertenece a Jesucristo mismo, el único Jefe de la Iglesia (Ep 1, 22; 5, 23). Por su Espíritu Santo, la Iglesia, que es su Cuerpo, participa de su autoridad (cf. Jn 20, 22-23). La autoridad en la Iglesia tiene como fin reunir a todo el género humano en Jesucristo (cf. Ep 1, 10; Jn 11, 52). La autoridad ligada a la gracia recibida en la ordenación, no es el bien privado de los que la reciben, ni algo que les es delegado por la comunidad; al contrario, es un don del Espíritu Santo destinado al servicio (diakonia) de la comunidad y que no se ejerce jamás fuera de ella. Su ejercicio comprende la participación de toda la comunidad, al estar el obispo en la Iglesia y la Iglesia en el obispo (cf. san Cipriano, Ep. 66, 8).

14. La autoridad ejercida en la Iglesia en el nombre de Cristo y por la potencia del Espíritu Santo, debe ser, en todas sus formas y a todos los niveles, un servicio (diakonia) de amor, como lo era el de Cristo (cf. Mc 10, 45; Jn 13, 1-16). La autoridad de la que hablamos, en lo que expresa la autoridad divina, no puede subsistir en la Iglesia fuera del amor entre aquel que lo ejerce y aquellos que son su objeto. Se trata entonces de una autoridad sin dominación, sin obligación física ni moral. Al ser una participación en la exousia del Señor crucificado y glorificado, al que toda autoridad fue dada en el cielo y en la tierra (cf. Mt 28, 18), puede y debe pedir la obediencia. Al mismo tiempo, debido a la encarnación y a la cruz, es radicalmente diferente de la de los gobernantes de las naciones y de los grandes de este mundo (cf. Lc 22, 25-27). Cuando esta autoridad es sin ninguna duda confiada a personas que, por debilidad y a causa del pecado, a menudo se ven tentadas a abusar de ella, por su naturaleza misma la identificación evangélica entre autoridad y servicio constituye, no obstante, una norma fundamental para la Iglesia. Para los cristianos, gobernar es servir. De esta manera, el ejercicio y la eficacia espiritual de la autoridad eclesial están garantizados a través del libre consentimiento y la cooperación voluntaria. A un nivel personal, eso se traduce por la obediencia a la autoridad de la Iglesia a fin de seguir a Cristo, quien fue obediente al Padre por amor hasta la muerte y a la muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8).

15. En la Iglesia, la autoridad está fundada en la Palabra de Dios, presente y viva en la comunidad de los discípulos. La Escritura es la Palabra de Dios revelada, tal como la Iglesia, por el Espíritu Santo presente y activo en ella, la ha discernido en la Tradición viva recibida de los apóstoles. La Eucaristía está en el corazón de esta Tradición (cf. 1 Co 10, 16-17; 11, 23-26). La autoridad de la Escritura resulta del hecho de que la Palabra de Dios, leída en la Iglesia y por la Iglesia, transmite el Evangelio de la salvación. A través la Escritura, Cristo habla a la comunidad reunida y al corazón de cada creyente. La Iglesia, por el Espíritu Santo presente en ella, interpreta la Escritura de manera auténtica, en respuesta a las necesidades de los tiempos y de los lugares. La costumbre constante de los Concilios de entronizar los Evangelios en el centro de las asambleas atesta la presencia de Cristo en su Palabra, que es la referencia necesaria para todas sus discusiones y sus decisiones, y al mismo tiempo afirma la autoridad de la Iglesia en la interpretación de esta Palabra de Dios.

16. En su economía divina, Dios quiere que su Iglesia tenga una estructura orientada hacia la salvación. A esta estructura esencial pertenecen la fe profesada y los sacramentos celebrados en la sucesión apostólica. En la comunión eclesial, la autoridad está ligada a esta estructura esencial: su ejercicio está regulado por los cánones y los estatutos de la Iglesia. Algunos de esos reglamentos pueden ser aplicados de manera diferente según las necesidades de la comunión eclesial en tiempos y lugares diferentes, a condición de que la estructura esencial de la Iglesia sea siempre respetada. Por consiguiente, igual que la comunión en los sacramentos presupone la comunión en la misma fe (cf. Documento de Bari, nº 29-33), del mismo modo, para que haya una plena comunión eclesial, tiene que haber entre nuestras Iglesias un reconocimiento recíproco de las legislaciones canónicas en sus diversidades legítimas.

II. La triple actualización de la conciliaridad y de la autoridad

17. Poniendo en evidencia los fundamentos de la conciliaridad y de la autoridad en la Iglesia, y notando la complejidad del contenido de esos términos, debemos ahora responder a las preguntas siguientes: ¿Cómo los elementos institucionales de la Iglesia expresan y sirven visiblemente el misterio de la koinonia? ¿Cómo las estructuras canónicas de las Iglesias expresan la vida sacramental de estas? A este fin, hemos distinguido tres niveles de instituciones eclesiales: el de la Iglesia local alrededor de su obispo; el de una región comprendiendo varias Iglesias locales vecinas; el de toda la tierra habitada (oikoumene) que engloba todas las Iglesias locales.

1. El nivel local

18. La Iglesia de Dios existe ahí donde hay una comunidad reunida por la Eucaristía, presidida directamente, o a través de sus presbíteros, por un obispo legítimamente ordenado en la sucesión apostólica, enseñando la fe recibida de los apóstoles, en comunión con los demás obispos y sus Iglesias. El fruto de esta Eucaristía y de este ministerio es reunir en una auténtica comunión de fe, de oración, de misión, de amor fraternal y de ayuda mutua, a todos aquellos que han recibido el Espíritu de Cristo en el bautismo. Esta comunión es el marco en el que se ejerce toda autoridad eclesial. La comunión es el criterio de este ejercicio.

19. Cada Iglesia local tiene por misión ser, por la gracia de Dios, un lugar en el que Dios es servido y honrado, donde el Evangelio es anunciado, donde los sacramentos son celebrados, donde los fieles se esfuerzan por aliviar la miseria del mundo y donde cada creyente puede encontrar la salvación. Es la luz del mundo (cf. Mt 5, 14-16), el fermento (cf. Mt 13, 33), la comunidad sacerdotal de Dios (cf. 1 Pe 2, 5 y 9). Las normas canónicas que la gobiernan tienen por finalidad asegurar esta misión.

20. En virtud de este mismo bautismo, que lo ha convertido en un miembro de Cristo, cada persona bautizada está llamada, según los dones del único Espíritu Santo, a servir en la comunidad (cf. 1 Co 12, 4-27). De este modo, a través de la comunión, por la cual todos los miembros están al servicio los unos de los otros, la Iglesia local aparece ya como “sinodal” o “conciliar” en su estructura. Esta “sinodalidad” no se manifiesta sólo en las relaciones de solidaridad, de asistencia mutua y de complementariedad que existen entre los diferentes ministerios ordenados. Naturalmente, el presbiterio es el concilio del obispo (cf. san Ignacio de Antioquía, carta a los Trallenses, 3) y el diácono es su “brazo derecho” (Didascalia Apostolorum, 2, 28, 6), de manera que, según la recomendación de san Ignacio de Antioquía, todo debe hacerse en concierto (cf. carta a los Efesios, 6). No obstante, la sinodalidad implica igualmente a todos los miembros de la comunidad en la obediencia al obispo, quien es el protos y el jefe (kephale) de la Iglesia local, como lo exige la comunión eclesial. Conforme a las tradiciones oriental y occidental, la participación activa de los laicos, hombres y mujeres, de los miembros de las comunidades monásticas y de las personas consagradas, tiene lugar en la diócesis y en la parroquia por numerosas formas de servicio y de misión.

21. Los carismas de los miembros de la comunidad tienen su origen en el único Espíritu Santo, y están orientados hacia el bien de todos. Este hecho pone a la luz a la vez las exigencias y los límites de la autoridad de cada uno en la Iglesia. No debería haber ahí ni pasividad ni substitución de funciones, ni negligencia ni dominación de cualquiera sobre otro. En la Iglesia, todos los carismas y los ministerios convergen en la unidad bajo el ministerio del obispo quien está al servicio de la comunión de la Iglesia local. Todos son llamados a ser renovados por el Espíritu Santo en los sacramentos, y a responder por una conversión constante (metanoia), de manera que su comunión en la verdad y la caridad esté asegurada.

2. El nivel regional

22. Al revelarse la Iglesia misma como católica en la synaxis de la Iglesia local, esta catolicidad debe manifestarse efectivamente en la comunión con las demás Iglesias que confiesan la misma fe apostólica y que comparten la misma estructura eclesial fundamental, empezando por las que están más próximas en virtud de su responsabilidad común para la misión en su región (cf. Documento de Múnich, III, 3, y Documento de Valamo, nº 52 y 53). La comunión entre las Iglesias está expresada en la ordenación de los obispos. Esta ordenación está concedida según el orden canónico por tres obispos o más, o por lo menos por dos de ellos (cf. Nicea I, canon 4), que actúan en el nombre del cuerpo episcopal y del pueblo de Dios, al haber recibido ellos mismos su ministerio del Espíritu Santo por la imposición de las manos en la sucesión apostólica. Cuando esto se ha cumplido de conformidad con los cánones, la comunión entre las Iglesias a través de la fe verdadera, los sacramentos y la vida eclesial está asegurada, del mismo modo que la comunión viva con las generaciones anteriores.

23. Esta comunión real entre varias Iglesias locales, siendo cada una de ellas la Iglesia católica en un lugar particular, fue expresada por ciertas prácticas: la participación de los obispos de sedes próximas en la ordenación de un obispo de la Iglesia local; la invitación de un obispo de otra Iglesia a concelebrar en la synaxis de la Iglesia local; la acogida de los fieles de estas otras Iglesias en el reparto de la mesa eucarística; el intercambio de cartas con ocasión de una ordenación; y por fin, el ofrecimiento de asistencia material.

24. Un canon aceptado tanto en Oriente como en Occidente describe las relaciones entre las Iglesias locales de una misma región: “Los obispos de cada nación (ethnos) deben reconocer aquel que es el primero (protos) entre ellos y considerarlo como su jefe (kephale), y no hacer nada importante sin su consentimiento (gnome); cada obispo sólo puede hacer lo que concierne a su propia diócesis (paroikia) y los territorios que dependen de ella. Pero el primero (protos) no puede hacer nada sin el consentimiento de todos. Pues de esta manera la concordia (homonoia) reinará y Dios será glorificado por el Señor en el Espíritu Santo” (Canon apostólico 34).

25. Esta norma, que aparece bajo varias formas en la tradición canónica, se aplica a todas las relaciones entre los obispos de una misma región, ya sea de una provincia, de una metrópoli o de un patriarcado. Podemos encontrar la aplicación práctica en los sínodos o los concilios de una provincia, de una región o de un patriarcado. El hecho de que un sínodo regional esté siempre compuesto esencialmente de obispos, mismo cuando comprende otros miembros de la Iglesia, revela la naturaleza de la autoridad sinodal. Sólo los obispos tienen voto deliberante. La autoridad de un sínodo está fundada sobre la naturaleza del ministerio episcopal mismo y manifiesta la naturaleza colegial del episcopado al servicio de la comunión de las Iglesias.

26. En sí, un sínodo (o concilio) implica la participación de todos los obispos de una región. Está gobernado según el principio del consenso y de la concordia (homonoia), expresado por la concelebración eucarística, como lo implica la doxología final del Canon apostólico 34 arriba mencionado. Se mantiene, sin embargo, que cada obispo, en el ejercicio de su ministerio pastoral, es juez y responsable ante Dios de los asuntos de su diócesis (cf. san Cipriano, Ep. 55, 21); así, es el guardián de la catolicidad de su Iglesia local y debe siempre velar atentamente por la promoción de la comunión católica con otras Iglesias.

27. Por consiguiente, un sínodo o concilio regional no tiene ninguna autoridad sobre otras regiones eclesiásticas. Sin embargo, el intercambio de informaciones y las consultas entre los representantes de varios sínodos son una manifestación de catolicidad, así como de esta mutual asistencia y caridad fraternal que debería ser la regla entre todas las Iglesias locales, por el más gran bien común. Cada obispo es responsable por toda la Iglesia con todos sus colegas en la única y misma misión apostólica.

28. De este modo, muchas provincias eclesiásticas han llegado a estrechar sus lazos de responsabilidad común. Este fue uno de los factores que dieron origen a los patriarcados en la historia de la Iglesia. Los sínodos patriarcales son gobernados según los mismos principios eclesiológicos y las mismas normas canónicas que los sínodos provinciales.

29. En los siglos siguientes, nuevas configuraciones de comunión entre Iglesias locales se han desarrollado tanto en Oriente como en Occidente. Nuevos patriarcados y nuevas Iglesias autocéfalas han sido fundadas en el Oriente cristiano, y en la Iglesia latina un tipo particular de reagrupamiento de obispos ha aparecido recientemente: las Conferencias episcopales. Desde un punto de vista eclesiológico no son simples subdivisiones administrativas: expresan el espíritu de comunión en la Iglesia, respetando siempre la diversidad de culturas humanas.

30. De hecho, cualesquiera que sean los contornos y la reglamentación canónica de la sinodalidad regional, ésa demuestra que la Iglesia de Dios no es una comunión de personas o de Iglesias locales separadas de sus raíces humanas. Ya que es comunidad de salvación y porque esa salvación es “la restauración de la creación” (cf. San Ireneo, Adv. Haer., 1, 36, 1), engloba la persona humana en todo lo que la une a la realidad humana creada por Dios. La Iglesia no es un simple conjunto de individuos; está compuesta de comunidades que tienen culturas, historias y estructuras sociales diferentes.

31. En el reagrupamiento de Iglesias locales a nivel regional, la catolicidad aparece bajo su verdadera luz. Es la expresión de la presencia de la salvación, no en un universo indiferenciado sino en el género humano tal como Dios lo ha creado y como Él viene a salvarlo. En el misterio de la salvación, la naturaleza humana está a la vez asumida en su plenitud y sanada de lo que el pecado le ha afectado por la autosuficiencia, el orgullo, el desprecio de los demás, la agresividad, los celos, la envidia, la falsedad y el odio. La koinonia eclesial es el don por el cual todo el género humano está unificado en el Espíritu del Señor resucitado. Esta unidad creada por el Espíritu, lejos de hundirse en la uniformidad, exige y preserva así –y, en cierta manera, pone en valor– la diversidad y la particularidad.

3. El nivel universal

32. Cada Iglesia local está en comunión no sólo con las Iglesias vecinas, sino también con la totalidad de las Iglesias locales, con aquellas que están actualmente presentes en el mundo, aquellas que lo están desde el principio y aquellas que lo estarán en el futuro, y con la Iglesia que está ya en la gloria. Según la voluntad de Cristo, la Iglesia es una e indivisible, la misma siempre y en todo lugar. En el Credo niceno-constantinopolitano, las dos partes confiesan que la Iglesia es una y católica. Su catolicidad abarca no sólo la diversidad de las comunidades humanas sino también su unidad fundamental.

33. Por consiguiente, está claro que una única y misma fe debe ser confesada y vivida en todas las Iglesias locales, que la misma y única Eucaristía debe ser celebrada por todos y que el mismo y único ministerio apostólico debe ponerse manos a la obra en todas las comunidades. Una Iglesia local no puede modificar el Credo que ha sido formulado por los Concilios ecuménicos, aunque la Iglesia debe siempre “dar respuestas apropiadas a nuevos problemas, respuestas fundadas sobre las Escrituras, en acuerdo y en continuidad esencial con las expresiones de los dogmas precedentes” (Documento de Bari, 29). Asimismo, una Iglesia local no puede modificar, por decisión unilateral, un punto fundamental referente a la forma del ministerio, y ninguna Iglesia local puede celebrar la Eucaristía separándose voluntariamente de las otras Iglesias locales, sin afectar seriamente la comunión eclesial. Todas esas cosas atañen al lazo mismo de la comunión - y entonces a la esencia misma de la Iglesia.

34. Es en razón de esta comunión que todas las Iglesias, con los cánones, regulan todo lo que concierne a la Eucaristía y a los sacramentos, al ministerio y a la ordenación, a la transmisión (paradosis) y a la enseñanza (didaskalia) de la fe. Comprendemos claramente por qué, en este dominio, son necesarias reglas canónicas y normas disciplinarias.

35. A lo largo de la historia, cuando se han planteado graves problemas relativos a la comunión y a la concordia universales entre las Iglesias –ya sea relativo a la interpretación auténtica de la fe, o a los ministerios y su relación con el conjunto de la Iglesia, o a la disciplina común que exige la fidelidad al Evangelio– se ha recurrido a los Concilios ecuménicos. Estos concilios eran ecuménicos no sólo porque reunían a los obispos de todas las regiones, y en particular los de las cinco sedes principales, Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén, según el antiguo orden (taxis). Era también porque sus decisiones solemnes en materia de doctrina, y sus formulaciones comunes relativas a la fe, sobre todo en puntos cruciales, comprometen a todas las Iglesias y a todos los fieles, en todo tiempo y en todo lugar. Por eso las decisiones de los Concilios ecuménicos son siempre normativas.

36. La historia de los Concilios ecuménicos muestra lo que debe ser considerado como sus características particulares. Esta cuestión deberá ser estudiada más a fondo en nuestro futuro diálogo, teniendo en cuenta la evolución de las estructuras eclesiales en el transcurso de los últimos siglos tanto en Oriente como en Occidente.

37. El carácter ecuménico de las decisiones de un Concilio es reconocido a través de un proceso de recepción que puede ser de larga o corta duración, según el cual el pueblo de Dios en su conjunto –a través de la reflexión, el discernimiento, la discusión y la oración– reconoce en sus decisiones la única fe apostólica de las Iglesias locales, que siempre ha sido la misma y de la cual los obispos son los enseñantes (didaskaloi) y los guardianes. Este proceso de recepción se interpreta de manera diferente en Oriente y en Occidente, según las tradiciones canónicas respectivas.

38. Por consiguiente, la conciliaridad o sinodalidad implica mucho más que a obispos reunidos en asamblea. Implica igualmente a sus Iglesias. Los primeros son los guardianes de la fe de estas últimas, cuya voz hacen oír. Las decisiones de los obispos deben ser recibidas en la vida de las Iglesias, sobre todo en su vida litúrgica. Cada Concilio ecuménico recibido como tal, en el sentido propio e integral del término, es en consecuencia una manifestación y un servicio rendido a toda la Iglesia como comunión.

39. A diferencia de los sínodos diocesanos y regionales, un Concilio ecuménico no es una “institución” cuya frecuencia puede ser reglamentada por cánones; es más bien un “acontecimiento”, un kairos inspirado por el Espíritu Santo que guía a la Iglesia con el fin de engendrar en ella las instituciones que le son necesarias y que corresponden a su naturaleza. Esta armonía entre la Iglesia y los Concilios es tan profunda, incluso después de la ruptura entre Oriente y Occidente que haría imposible la convocatoria de Concilios ecuménicos en el sentido estricto del término, que las dos Iglesias han continuado manteniendo concilios cada vez que surgían crisis serias. Estos Concilios reunían a los obispos de las Iglesias locales en comunión con la Sede de Roma o, aunque comprendido de manera diferente, con la Sede de Constantinopla. En la Iglesia católica romana, algunos de estos Concilios celebrados en Occidente eran considerados ecuménicos. Esta situación, que obligaba los dos lados de la cristiandad a convocar los Concilios propios a cada uno de ellos, ha favorecido las disensiones que han contribuido a un alejamiento mutuo. Habrá que buscar los medios que permitirán restablecer el consenso ecuménico.

40. Durante el primer milenio, la comunión universal de las Iglesias, en el curso normal de los acontecimientos, ha sido mantenida por las relaciones fraternas entre los obispos. Estas relaciones de los obispos entre ellos, entre los obispos y sus protoi respectivos, y también entre estos mismos protoi en el orden (taxis) canónico del que da testimonio la Iglesia primitiva, han alimentado y consolidado la comunión eclesial. La historia registra las consultas, las cartas y las llamadas dirigidas a las principales Sedes, en particular a la Sede de Roma, que expresan vivamente la solidaridad creada por la koinonia. Las disposiciones canónicas, como la inserción de los nombres de los obispos de las principales Sedes en los dípticos, y la comunicación de la profesión de fe a los otros patriarcas con ocasión de las elecciones, son expresiones concretas de koinonia.

41. Las dos partes están de acuerdo para decir que esta taxis canónica estaba reconocida por todos durante el periodo de la Iglesia indivisa. Están igualmente de acuerdo en que Roma, como Iglesia que “preside en la caridad”, según la expresión de san Ignacio de Antioquía (carta a los Romanos, Prólogo), ocupaba la primera plaza en la taxis y que el obispo de Roma era por consiguiente el protos entre los patriarcas. Sin embargo, no están de acuerdo sobre la interpretación de los testimonios históricos de este periodo relativos a las prerrogativas del obispo de Roma como protos, una cuestión ya comprendida de diferentes modos durante el primer milenio.

42. La conciliaridad a nivel universal, ejercida en los Concilios ecuménicos, implica un papel activo del obispo de Roma como protos de los obispos de las Sedes principales, en el consenso de los obispos reunidos. A pesar de que el obispo de Roma no convocaba los Concilios ecuménicos durante los primeros siglos y de que jamás los presidió personalmente, estaba, sin embargo, estrechamente implicado en el proceso de decisión de los Concilios.

43. Primacía y conciliaridad son recíprocamente interdependientes. Por esta razón la primacía en los diferentes niveles de la vida de la Iglesia, local, regional y universal, debe ser siempre vista en el contexto de la conciliaridad y, del mismo modo, la conciliaridad en el contexto de la primacía.

En lo que concierne a la primacía a diferentes niveles, deseamos afirmar los puntos siguientes:

1. La primacía, a todos los niveles, es una práctica firmemente fundada en la tradición canónica de la Iglesia.

2. Cuando el hecho de la primacía a nivel universal es aceptado tanto en Oriente como en Occidente, existen diferencias de comprensión que conciernen la manera en que esta primacía debe ser ejercida y conciernen igualmente sus fundamentos escriturarios y teológicos.

44. En la historia de Oriente y de Occidente, al menos hasta el siglo IX, una serie de prerrogativas, siempre en el contexto de la conciliaridad y según las condiciones de los tiempos, ha sido reconocida al protos o kephale en cada uno de los niveles eclesiásticos establecidos: localmente, por el obispo como protos de su diócesis en relación a sus presbíteros y a sus fieles; regionalmente, por el protos de cada metrópoli en relación a los obispos de su provincia, y por el protos de cada uno de los cinco patriarcados en relación a los metropolitas de cada circunscripción; y universalmente, por el obispo de Roma en tanto que protos entre los patriarcas. Esta distinción de niveles no disminuye la igualdad sacramental de cada obispo ni la catolicidad de cada Iglesia local.

Conclusión

45. Debemos estudiar de manera más profunda la cuestión del papel del obispo de Roma en la comunión de todas las Iglesias. ¿Cuál es la función específica del obispo de la “primera Sede” en una eclesiología de koinonia y en vista de lo que hemos dicho sobre la conciliaridad y la autoridad en el presente texto? ¿Cómo debería ser comprendida y vivida a la luz de la práctica eclesial del primer milenio la enseñanza de los Concilios Vaticano I y Vaticano II sobre la primacía universal? Son preguntas cruciales para nuestro diálogo y para nuestras esperanzas de restablecer la plena comunión entre nosotros.

Nosotros, los miembros de la Comisión mixta internacional para el Diálogo teológico entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa, estamos convencidos de que la declaración arriba mencionada referida a la comunión eclesial, la conciliaridad y la autoridad, representa un progreso positivo y significativo en nuestro dialogo, y que ofrece una base sólida para las futuras discusiones sobre la cuestión de la primacía a nivel universal de la Iglesia. Somos conscientes de que numerosas cuestiones espinosas quedan por esclarecer, pero esperamos que, sostenidos por la oración de Jesús “Que todos sean uno… a fin de que el mundo crea” (Jn 17, 21), y en obediencia al Espíritu Santo, podamos progresar a partir del acuerdo ya obtenido. Al reafirmar y al confesar “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4, 5), rendimos gloria a la Santa Trinidad, a Dios Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que nos ha reunido.



domingo, 22 de septiembre de 2013

Iglesias Orientales

Iglesias Orientales


El último intento por la reunificación; fue el Concilio de Florencia Ferrari en (1431-1443).


Las Iglesias orientales estuvieron sometidas a la latinización; en el siglo XIX, León III, hizo descubrir el efecto oriental en un progresivo deseo de dejar al descubierto todas las riquezas, litúrgicas, de Oriente, teológicas y disciplinares.


León XIII


Este pontífice, escribió más de 240 documentos dirigidos a estas Iglesias; a las cuales consideraba, incluyendo a las ortodoxas verdaderas Iglesias. Tal como se refleja en la Encíclica “Inscrutabli Dei Consilio” es el segundo período de su mandato cuando se interesa más por estas Iglesias.


En 1880 pública el primer documento sobre las I.O “Grande munus christiani nomini propagandi” sobre los apóstoles eslavos Cirilo y Metodio

El cinco de julio de 1881 firmo el decreto por el que autorizaba, y restablecía en el Monasterio de Grotaferrata; el rito Bizantino.

Fundo seminarios orientales en Roma, y, en Oriente.



Un modo de acercamiento a las Iglesias Orientales, fue la memoria de los santos orientales; Cirilo, y, Metodio; equiparándolos con evangelizadores de la talla de San Bonifacio, y, San Patricio etc.; insertándolos en el calendario romano; y, de la Iglesia Universal.

Fue un gran impulsor de la búsqueda de la Unidad con el Oriente cristiano

El congreso Eucarístico de Jerusalén del año 1890; dio un nuevo impulso a las relaciones entre Roma; y, las Iglesias Orientales Católicas.

El Papa León XIII, quería ver como superar la separación con las Iglesias Ortodoxas, como resultado, publico en 1894, la carta apostólica




PRAECLARA GRATULATIONIS

En la que ponía de manifiesto, La Unidad primigenia, de la iglesia, e invitaba al Oriente cristiano, a la Unidad,

Otro fruto fue la convocatoria de conferencias de patriarcas

El Papa León XIII; busco una nueva vía de unidad en octubre de 1894

Documentos fundamentales de León XIII


ORIENTALIS DIGNITATIS

En el que se renuncia a identificar; “Unidad” con latinidad, y, se admite la variedad litúrgica.

La Unidad a la que se debe tender es a la que procede; del Autor, de La misma, de Jesucristo

Cambia la expresión “cismáticos” por la de hermanos separados


En 1895, erigió un patriarcado copto; la debilidad numérica de los copto católicos que no superaban los 6000; hizo que el patriarca, acabara ingresando en la Iglesia Ortodoxa



En 1877; en la bula “Paterna Caritas”; hace un llamamiento a la Unidad a la Iglesia Armenia”

Reconoce que los ármenios separados; adoran a Cristo; que de algún modo permanecen unidos a la Iglesia; por la Fe, y, los Sacramentos; por ello expresaba su benevolencia, hacia el pueblo, y, el clero; incluidos los disidentes.

Sin embargo negaba validez a los sacramentos de los orientales separados de Roma

En Octubre de 1894, convoca al arzobispo de Reims, Leugénieux, junto con 3 patriarcas orientales, para impulsar las relaciones con la Iglesia Católica Oriental

Pública los siguientes documentos pontificios



ORIENTALIUM DIGNITAS

Que se subtítulo, “TUTELAS DE LA DISCIPLINA DE LOS ORIENTALES”

En este documento,

Se renuncia a identificar Unidad con uniformidad

Se admite la variedad litúrgica

Permite la Intercomunión entre los ritos Oriental, y Occidental

Las mujeres podían pasar al rito del marido, y, volver al propio, si éste se disolvía

Unidad Eclesial

Hasta León XIII; la Unidad era vista como el retorno de los ortodoxos, a la Iglesia de

Roma, sometiéndose; a la obediencia del Romano Pontífice

Éste Pontífice, inicia una etapa, que recuerda, el Vaticano II; cuando afirma, que la línea de separación, es muy tenue; que salvo puntos concretos de la doctrina, los católicos, acuden a la Autoridad, y, la doctrina de los Orientales.

Hay también una evolución terminológica, en el empleo del término, “Reconciliación”;

A propósito de la oración por La Unidad

Sostiene que la Unidad; a la que se debe tender, es a la que procede de Jesucristo; verdadero autor de la Unidad

El termino, “cismáticos”; lo cambia por hermanos separados, o, disidentes


San Pío X

Pública el 26 de diciembre de 1910; la carta apostólica, “Ex Quo”

En la misma quedan patentes, los límites de este pontificado, sobre la Unidad.

El Papa mostraba, su atención por las Iglesias Orientales, y, el deseo de Unidad eclesial, pero al mismo tiempo; se condenaba de forma apasionada, los errores dogmáticos, e históricos, aparecidos en la revista, “Roma e l`Oriente, lo que fue mal recibido, tanto por ortodoxos, como por protestantes.

Pese a la condena del artículo, de la citada revista; publicada desde 1910; por los monjes de Grottaferrata; le dio su apoyo de modo efectivo, al autor del artículo censurado; al que animo, a continuar en tan difícil labor, pero con prudencia

Pío X, estuvo más preocupado, por la renovación interna de La Iglesia; y, por la represión del modernismo, que por las relaciones con los otros cristianos

Pío XI

Otro fue San Josafat mártir de la Unidad, a quien Pío XI, dedicó la Encíclica “Eclesiam Dei” para tratar la relación entre las Iglesias – eslavo-orientales –católicas, y su relación con los ortodoxos.





Para Pío XI; los ortodoxos, eran hermanos disidentes, pero esperaba, que alcanzasen la salvación pérdida; El Cisma, sólo les había dañado a ellos.

En la alocución con motivo del XV centenario de San Juan Crisóstomo; dejo claro que no consentiría, a los misioneros, forzasen el paso de los católicos orientales, al rito latino.

Pío X I. Dio una orientación más enérgica al movimiento “Pro oriental, superando a León XIII, y, a Benedicto XV. Manifestando que haría todo lo posible, por alcanzar la unión, con los ortodoxos. Considera a los miembros de la I. Orientales, como puentes con la I. Ortodoxa, y, sus miembros, a los que llama, “ extraviados” Su primera encíclica “ Ubi arcano”, plantea el tema de la Unidad, como el retorno al único rebaño de Cristo; pero el documento donde traza sus ideas fundamentales por la Unidad, es “ Mortalivus ánimos”


Esta( la unidad) se produce como fruto de la reconciliación de individuos y pueblos, y, se hará por la acción del mismo Dios, no obstante piensa que es posible, sólo si todos los pueblos; tienen los mismo derechos, si que las lenguas, o, los ritos supongan, un obstáculo; los disidentes están fuera de la Unidad, pero no del amor del Papa, es más reconoce, que los ortodoxos disponen de la vida cristiana, y, la fidelidad sobrenatural, en Cristo, en la Unidad de los sacramentos, instituidos por Él.

Decía que muchos problemas, venían del desconocimiento mutuo, reconocía que habían conservado una santidad objetiva, lo que merecía respeto, y, simpatía.

Inicio método ecuménico, llamado psicológico, favorable a la creación de una atmósfera, propicia al entendimiento mutuo. Estableció que en todos los seminarios, se explicase la teología oriental, y, dado que muchas I. O estaban en países islámicos, se recomendaba el conocimiento del Islam.

Hizo el primer CDCO. En 1929

Plantea directamente el tema de la Unidad con los ortodoxos. En “Orientale, ecclesiae Decus” en 9/4/1944, los llama “hermanos orientales disidentes, y, sus fieles muertos por la fe, son valerosos mártires.

Pío XII

Obstáculos para la Unidad

El dogma de la Asunción.

La Encíclica, “Sempiterna rex”


En 1949, el Santo Oficio, reconoce, que en el movimiento ecuménico actúa el Espíritu Santo.


Sobre las I. O. C. Reconoce el valor de sus ritos, y, que nadie puede ser obligado a cambiar de rito, pasando al latino.

La Unidad de los cristianos, se sigue viendo como retorno, no obstante se reconoce, que los que no pertenecen al cuerpo visible de la Iglesia, tienen la nobleza, o, sinceridad, de sentirse unidos a Dios, o, a Cristo, lo que en el fondo, los une, al Papa.





Juan XXIII

Juan XXIII, al principio también habla de retorno, pronto hablará de invitación y, acercamiento, a los que buscan la Unidad, a este motivo uno de los capítulos de “Humanae salutis” establece, como primer fin del Concilio, la Unidad

Es decir Juan XXIII, era consciente de que la Iglesia, debía, colaborar en la búsqueda de la Unidad, y, por cierto la Unidad requiere el respeto a todos los ritos

Un cambio importante fue condenar la forma de referirse a los ortodoxos por parte de Monseñor Pierre Medawwer, obispo auxiliar de S B. Máximo 14

1961 creación del Exarcado para los ritos orientales en Europa

1962 permite los matrimonios mixtos con ortodoxos

Crea por la carta apostólica, “Semporius Dei natus”; los cambios preparatorios del Concilio, entre los que estaban, la convocatoria a las iglesias orientales, la búsqueda de la Unidad de los cristianos

Invito a los no católicos al Concilio

Pablo VI

Sus primeros pasos con la Iglesia de Constantinopla son difíciles, llamaba a la Iglesia Ortodoxa; “Oriente ortodoxo”, como acto de prudencia, pero en 1967: ya habla de Iglesia ortodoxa; para este Papa, la Iglesia Ortodoxa, brota de la misma cepa es decir de Cristo; aunque su comunión con la Iglesia es imperfecta

Se consolidan las relaciones con la Iglesia Ortodoxa, la relación entre ambas Iglesias, es de dialogo, evolución desde el punto de retorno, al del la reintegración perdida; esto incluye que todos debemos buscar la Unidad. Esta Unidad admite la diversidad; ya que no se trata de volver, si no, de encontrarnos, en la Cruz de Cristo; un hecho muy importante, fue el abrazo con el patriarca Athenagoras y, la devolución del cráneo de San Andrés


Juan Pablo II

Juan Pablo II, el Papa eslavo, sigue la línea marcada por el Vaticano II; en sus decretos, Unitatis redintegratio, y, Orientalium eclesiarum, profundizada por el Papa Pablo VI. La dificultad de fusionar estos decretos; se reflejan sobre todo en las relaciones de la Santa Sede; tanto con las Iglesias Ortodoxas como con las Iglesias Orientales Católicas,

Por ello el Papa Juan Pablo II, en el ángelus del día 21 de enero de 1996; " Afirmaba que el decreto conciliar acerca de las Iglesias Orientales en Comunión con la sede romana, no estaba en contradicción con el espíritu que animaba el decreto sobre ecumenismo. Este espíritu consiste en hacer posible la unidad en la diversidad, cuya mejor muestra es la existencia de las Iglesias Orientales Católicas"



La variedad eclesial no supone ningún detrimento para la Unidad, más bien muestra que todos los pueblos, y, todas las culturas están llamadas a la Unidad orgánica que surge del Espíritu Santo, en la fe, en los sacramentos, en el gobierno. Elementos estos que se distinguen de la liturgia, la disciplina eclesiástica, y, el patrimonio espiritual que pueden ser diversos; y, esto no sólo de hecho, si no también legítimamente, ya que la identidad común recibida de los apóstoles se desarrollo de modo diverso en Oriente, y, Occidente, la Unidad en una sola fe, y, en la Constitución de la Iglesia Universal, esta variedad no lesiona la Unidad; si no más bien la hace aparecer, en este sentido las Iglesias Orientales, no son un adorno exterior a la Iglesia Universal, si no que precisamente su existencia permite la extensión por el mundo de la salvación de Cristo, conforme a su deseo.

La diversidad de costumbres y observancias eclesiales, no es un obstáculo para la Unidad como afirmaba el Papa, en el discurso con motivo de la declaración común con la Iglesia Asiria de Oriente.

La diversidad implica que cada Iglesia pueda gobernarse de acuerdo con sus propias disciplinas, e incluso tenga la posibilidad de mantener ciertas diferencias teológicas



Ya que las autenticas tradiciones teológicas de los Orientales, están basada en La Sagrada Escritura

La separación ha llevado al desconocimiento del lenguaje; que cada Iglesia usaba, esto ha llevado al alejamiento eclesial; esto lleva no a la diversidad; que es positiva, si no a la confusión; y, al no entendimiento,

Podemos hablar de unidad pluriforme que abraza tanto la universalidad; como la particularidad; las dos fuentes esenciales de la vida eclesial, y, las diversas formas de desarrollarse el cristianismo, tanto occidental como oriental; pese a lo cual la Iglesia seguía indivisa,

La Unidad no significa uniformidad; ni absorción de un grupo por otro; si no que esta al servicio de todos, para ayudar a vivir mejor los dones del Espíritu Santo; pues no se trata de dominar si no de servir.



CAPÍTULO II

Nuevo concepto del ecumenismo cristiano

1º Se vincula la recomposición eclesial con la reforma eclesial, reconociendo que la I.C. también precisa purificarse

2º Se reconoce la presencia de Cristo en las Iglesias con las que se dialoga; no se trata de absorber una Iglesia por otra, pero la Iglesia de Cristo, subsiste en la IC

Esto implica que la Iglesia de Cristo es el conjunto de Iglesias y Comunidades eclesiales,  y por otro lado que la Iglesia de Cristo es Una, y que ha de ser buscada por todos

El dogma católico, y las estructuras entre las que se cuenta el Papado permanecen

El primado del Papa no es un primado de superioridad si no de respeto, y de servicio, no puede suprimirse, como el mismo Pablo VI reconoce, porque desaparecería la Iglesia, y se desnaturalizaría la Unidad

Gestos ecuménicos de Pablo VI

Pablo VI realizo gestos ecuménicos de gran calado, y, que incluso escandalizaron a los hipócritas y falsos católicos de siempre, que llegaron incluso a mandar una comitiva al Vaticano, para pedirle, que se excomulgara a si mismo, el hecho quedo en mera y triste anécdota

Los hechos que motivaron esto, fue el muto levantamiento de las excomuniones con los hasta entonces cismáticos ortodoxos, el gesto iría mucho más lejos
El abrazo en el Monte de los Olivos al Patriarca Athenagoras;  y el beso de los pies del Metropolita Melitón en diciembre de 1975

Lo que llevo a que el Patriarca Demetrio dijera, que Pablo VI, era un Papa que había superado el Papado prepotente, volviendo a los Padres fundadores de La Iglesia

El profesor Óscar Cullman, recuerda otro gesto la devolución a los ortodoxos griegos del cráneo de San Andrés Apóstol, muy venerado por los ortodoxos

Este gesto expresaba la veneración de Pablo VI por los cristianos ortodoxos

Todo ello culminaría con la reconciliación de las dos Iglesias hermanas, levantando las mutuas excomuniones de 1054

Comunión in sacris fecha de pascua

Otro hecho importante fue el acuerdo sobre la recepción de La Sagrada Eucaristía, por parte de  católicos en iglesias ortodoxas, y, a la inversa

Se acordó que era una medida extrema los fieles podían recibir La Comunión en otra Iglesia distinta a la suya, cuando hubiera grave motivo, no causara escándalo, lo mismo se establecía para el sacramento de la penitencia, dado que La Iglesia de Roma considera válido el sacerdocio Ortodoxo, y, que ambas Iglesias tienen los mismos Sacramentos.

Se habló también de establecer un cambio en la fecha de la Pascua, para tener una fecha común para toda la cristiandad pero problemas internos lo impidieron

En 1970  el Consejo para La Unión de los cristianos prohibió la intercomunión, es decir que un cristiano católico pueda recibir La Eucaristía en otra Iglesia Cristiana  no católica

Pero en 1972, el mismo organismo de La Santa Sede, publico otro documento aclarando  la situación especial de los ortodoxos, y, de la intercomunión en casos graves

Uno de los Papas de los últimos tiempos que más contribuyó al Ecumenismo fue Juan Pablo II, en el marco del Ecumenismo con los cristianos orientales no católicos, Juan Pablo II, recordó el derecho de los fieles tanto católicos como ortodoxos de recibir los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía, los católicos en la Ortodoxa, los ortodoxos en la Católica, cuando hubiere razón para ello

Hablo del respeto a La Unidad en la diversidad, las formas litúrgicas han de ser respetadas también en lo que hace a los católicos orientales

La Unidad de La Iglesia es Pluriforme, pues es un Cuerpo, en él que como en todo cuerpo hay muchos miembros, así en la Iglesia, hay Unidad en lo esencial, en la Fe, en la Caridad, pero la forma de expresarlo, varía de ortodoxos a católicos, y, entre las mismas familias o grupos tanto ortodoxos como católicos

Uno de los Papas de los últimos tiempos que más contribuyó al Ecumenismo fue Juan Pablo II, en el marco del Ecumenismo con los cristianos orientales no católicos, Juan Pablo II, recordó el derecho de los fieles tanto católicos como ortodoxos de recibir los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía, los católicos en la Ortodoxa, los ortodoxos en la Católica, cuando hubiere razón para ello

Hablo del respeto a La Unidad en la diversidad, las formas litúrgicas han de ser respetadas también en lo que hace a los católicos orientales

La Unidad de La Iglesia es Plumiforme, pues es un Cuerpo, en él que como en todo cuerpo hay muchos miembros, así en la Iglesia, hay Unidad en lo esencial, en la Fe, en la Caridad, pero la forma de expresarlo, varía de ortodoxos a católicos, y, entre las mismas familias o grupos tanto ortodoxos como católicos.
El patriarca es el símbolo de La Iglesia patriarcal, y, él que garantiza la fidelidad a la Tradición litúrgica, teológica y pastoral, y, la comunión con Pedro en el caso de los católicos orientales

La Unidad en la Diversidad se ha visto lesionada muchas veces, por la tendencia a la uniformidad, y, por la utilización de La Iglesia para fines políticos ya que muchas veces la evangelización fue de la mano de la conquista.


El Papa Juan Pablo II, reconoció ante los obispos siro-malabares, que su apertura a Occidente, significo una apertura a la universalidad de La Iglesia, que no fue correspondido, ya que mostraron una  gran falta de comprensión de su patrimonio cultural y religioso, que causo una herida, que solo el tiempo, la paciencia y el perdón podrán borrar.



La Unidad de La Iglesia se basa en el reconocimiento del sucesor de Pedro como servidor de La Unidad eclesial, el cual debe también salvaguardar las legítimas Tradiciones de Oriente y Occidente, ya que a él le están encomendadas ambas.

Del ministerio Petrino lo importante es que es de origen divino, pero su forma de ejercerse, puede ser diversa

La responsabilidad de la separación de las Iglesias de Oriente y Occidente, compete a ambas, dicha separación debilito el testimonio de Jesucristo, por ello el arrepentimiento y deseo de Unidad es de ambas. El Papa habla  de la nostalgia de la Comunión inicial

Que debe llevar a cada uno de los seguidores de Jesús a hacer lo posible por restaurar La Unidad


continuará
































































miércoles, 11 de septiembre de 2013

Directorio ecuménico año 1993

Primera  parte


P R E F A C I O



[1]
            Uno de los principales objetivos del Concilio Vaticano II fue la búsqueda de la unidad de los cristianos. El Directorio Ecuménico, pedido durante el Concilio y publicado en dos partes, una en 1967 y la otra en 1970[1], “ha prestado valiosos servicios orientando, coordinando y desarrollando el esfuerzo ecuménico”[2].

Motivos de esta revisión

[2]
            Además del Directorio, las autoridades competentes han publicado muchos otros documentos relativos al ecumenismo[3].
            La promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico para la Iglesia latina (1983) y la del Código de Cánones de las Iglesias Orientales (1990), han creado una situación disciplinar parcialmente nueva para los fieles de la Iglesia católica en materia ecuménica.

            Igualmente la publicación del Catecismo de la Iglesia católica (1992) ha asumido la dimensión ecuménica en la enseñanza básica de todos los fieles de la Iglesia.

[3]
            Además, a partir del Concilio se han intensificado las relaciones fraternales con las Iglesias y Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica; se han puesto en marcha y multiplicado los diálogos teológicos. En el discurso con ocasión de la Asamblea plenaria del Secretariado (1988) que trabajaba en la revisión del Directorio, el Santo Padre hizo notar que “la extensión del movimiento ecuménico, la multiplicación de los documentos de diálogo, la urgencia experimentada de una mayor participación de todo el Pueblo de Dios en este movimiento, y por lo tanto la necesidad de una información doctrinal exacta que lleve a un compromiso justo, todo esto exige que se den sin tardar orientaciones puestas al día”[4]. La revisión de este Directorio se ha realizado con ese espíritu y a la luz de esos desarrollos.

Destinatarios del Directorio

[4]
            El Directorio se dirige a los Pastores de la Iglesia católica; pero también interesa a todos los fieles llamados a orar y trabajar por la unidad de los cristianos bajo la dirección de sus Obispos. Son éstos, individualmente para sus Diócesis o colegialmente para toda la Iglesia, bajo la autoridad de la Santa Sede, los responsables de la línea de acción y de la práctica en materia de ecumenismo[5].

[5]
            Pero se desea además que el Directorio sea útil a los miembros de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. Éstos comparten con los católicos la preocupación por la calidad del compromiso ecuménico. Será pues ventajoso para ellos saber la orientación que desean dar a la acción ecuménica quienes en la Iglesia católica guían el movimiento ecuménico, y los criterios oficialmente aprobados en la Iglesia. Esto les permitirá valorar las iniciativas tomadas a todos los niveles por los católicos para responder adecuadamente a ellas, y comprender mejor las respuestas de los católicos a sus propias iniciativas. Hay que aclarar que el Directorio no pretende tratar de las relaciones de la Iglesia católica con las sectas o con los nuevos movimientos religiosos[6].

Objetivo del Directorio

[6]
            La nueva edición del Directorio está destinada a ser un instrumento al servicio de toda la Iglesia, y en especial de quienes están directamente comprometidos en una actividad ecuménica en la Iglesia católica. El Directorio pretende motivarla, iluminarla, guiarla y, en ciertos casos particulares, también dar directrices obligatorias según la competencia propia del Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos[7]. A la luz de la experiencia de la Iglesia desde el Concilio, y teniendo en cuenta la situación ecuménica actual, el Directorio reúne todas las normas ya fijadas para aplicar y desarrollar las decisiones del Concilio y, cuando es preciso, las adapta a la realidad actual. Re fuerza las estructuras puestas en marcha para sostener y guiar la actividad ecuménica en cada nivel de la Iglesia. Respetando plenamente la competencia de las autoridades en estos diversos niveles, el Directorio da orientaciones y normas de aplicación universales, para guiar la participación católica en la acción ecuménica. Su aplicación dará consistencia y coherencia a los diferentes modos de practicar el ecumenismo por los que las Iglesias particulares[8] y los grupos de Iglesias particulares responden a las diversas situaciones locales. Garantizará que la actividad ecuménica de la Iglesia católica sea conforme a la unidad de fe y de disciplina que une a los católicos entre sí. En nuestra época existe en algunos lugares una cierta tendencia al confusionismo doctrinal. Por ello es muy importante evitar, en el terreno del ecumenismo como en otros, los abusos que pudieran contribuir a ello o acarrear el indiferentismo doctrinal. La no observancia de las directrices de la Iglesia en este punto crea un obstáculo al progreso de la búsqueda auténtica de la plena unidad entre cristianos. Compete al Ordinario del lugar, a las Conferencias Episcopales o a los Sínodos de las Iglesias Orientales católicas hacer que los principios y normas contenidos en el Directorio ecuménico se apliquen con fidelidad, y velar con pastoral solicitud para que se eviten todas las posibles desviaciones.

Plan del Directorio

[7]
            El Directorio comienza con una exposición sobre el compromiso ecuménico de la Iglesia católica (capítulo I). Sigue la exposición de los medios tomados por la Iglesia católica para poner en práctica este compromiso. Lo hace por la organización (capítulo II) y la formación de sus miembros (capítulo III). A ellos, así organizados y formados, se dirigen las disposiciones de los capítulos IV y V sobre la actividad ecuménica.

              I. La búsqueda de la unidad de los cristianos

El compromiso ecuménico de la Iglesia católica fundamentado en los principios doctrinales enunciados por el Concilio Vaticano II.

             II. La organización en la Iglesia católica del servicio de la unidad de los cristianos

Las personas y categorías destinadas a promover el ecumenismo a todos los niveles, y normas que regulan su actividad.

            III. La formación para el ecumenismo en la Iglesia católica

Categorías de personas a formar; fin, marco y métodos de la formación en sus aspectos doctrinales y prácticos.

            IV. La comunión de vida y de actividad espiritual entre los bautizados

Comunión existente con los otros cristianos basada en el vínculo sacramental del Bautismo, y normas para compartir la oración y otras actividades espirituales, incluidos, en casos particulares, los bienes sacramentales.

              V. La colaboración ecuménica, el diálogo y testimonio común

Principios, diferentes formas y normas de cooperación entre cristianos para el diálogo y el testimonio común en el mundo.

[8]
            Así, en una época marcada por una secularización creciente, que llama a los cristianos a una acción común en la esperanza del Reino de Dios, las normas que regulan las relaciones entre católicos y otros cristianos y las diferentes formas de colaboración que practican, se establecen de tal modo que la promoción de la unidad deseada por Cristo pueda perseguirse de forma equilibrada y coherente, en la línea y según los principios establecidos por el Concilio Vaticano II.
LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS


            El movimiento ecuménico pretende ser una respuesta al don de la gracia de Dios, que llama a todos los cristianos a la fe en el misterio de la Iglesia, según el designio de Dios que desea conducir a la humanidad a la salvación y a la unidad en Cristo por el Espíritu Santo. Este movimiento los llama a la esperanza de que se realice plenamente la oración de Jesús: “que todos sean uno”[9]. Los llama a esta caridad que es el mandamiento nuevo de Cristo y el don por el que el Espíritu Santo une a todos los fieles. El Concilio Vaticano II pidió claramente a los católicos que extiendan su amor a todos los cristianos, con una caridad que desea superar en la verdad lo que los divide y que se dedica activamente a realizarlo; deben actuar con esperanza y en la oración por la promoción de la unidad de los cristianos, y su fe en el misterio de la Iglesia les estimula e ilumina de tal modo que su acción ecuménica pueda ser inspirada y guiada por una verdadera comprensión de la Iglesia que es “el sacramento, es decir, a la vez el signo y el medio, de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”[10].

[10]
            La enseñanza de la Iglesia sobre el ecumenismo, así como el estímulo a esperar y la invitación a amar, encuentran una expresión oficial en los documentos del Concilio Vaticano II, especialmente en Lumen Gentium y en Unitatis Redintegratio. Los documentos posteriores sobre la actividad ecuménica en la Iglesia, incluído el Directorio ecuménico (1967 y 1970), se basan en los principios doctrinales, espirituales y pastorales enunciados en los documentos conciliares. Han profundizado en algunos temas sugeridos en los documentos conciliares, desarrollado una terminología teológica y aportado normas de acción más detalladas, aunque todas ellas basadas en la enseñanza del propio Concilio. Todo ello proporciona un conjunto de enseñanzas cuyas grandes líneas se presentarán en este capítulo. Dichas enseñanzas constituyen el fundamento de este Directorio.

                                              La Iglesia y su unidad en el plan de Dios

[11]
            El Concilio sitúa el misterio de la Iglesia en el misterio de la sabiduría y de la bondad de Dios que atrae a toda la familia humana e incluso a la creación entera a la unidad en El[11]. Para ello, Dios envió al mundo a su Hijo único, quien, elevado en la cruz, y entrando en la gloria, derramó el Espíritu Santo por el que llamó y reunió en la unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, al Pueblo de la Nueva Alianza que es la Iglesia. Para establecer en todo lugar esta Iglesia santa hasta la consumación de los siglos, Cristo confió el oficio de enseñar, de regir y de santificar al colegio de los Doce, del que estableció como jefe a Pedro. Por medio de la predicación fiel del Evangelio, por la administración de los sacramentos y por el gobierno en el amor, ejercido por los Apóstoles y por sus sucesores, bajo la acción del Espíritu Santo, Jesucristo quiere que este pueblo se acreciente y que su comunión se haga cada vez más perfecta[12]. El Concilio presenta a la Iglesia como el nuevo Pueblo de Dios, que une en sí, con todas las riquezas de su diversidad, a hombres y mujeres de todas las naciones y de todas las culturas, dotados de los variados dones de la naturaleza y de la gracia, al servicio unos de los otros, y conscientes de que son enviados al mundo para su salvación[13]. Aceptan en la fe la Palabra de Dios, son bautizados en Cristo, confirmados en el Espíritu de Pentecostés, y celebran juntos el sacramento de su cuerpo y de su sangre en la eucaristía:
“El Espíritu Santo que habita en los creyentes, que llena y rige a toda la Iglesia, realiza esta admirable comunión de los fieles y los une a todos en Cristo tan íntimamente, que Él es el principio de la unidad de la Iglesia. Él es quien realiza la diversidad de gracias y de ministerios, enriqueciendo con funciones diversas a la Iglesia de Jesucristo, 'organizando así a los santos para la obra del ministerio, en orden a la construcción del Cuerpo de Cristo'”[14].

[12]
            El Pueblo de Dios, en su común vida de fe y de sacramentos, es servido por los ministros ordenados: Obispos, presbíteros y diáconos[15]. Unido así por el triple lazo de la fe, de la vida sacramental y del ministerio jerárquico, todo el Pueblo de Dios realiza lo que la tradición de la fe desde el Nuevo Testamento[16] ha llamado siempre la koinonia/comunión. Este concepto clave es el que ha inspirado la eclesiología del Concilio Vaticano II[17], y la enseñanza del Magisterio reciente le ha dado una gran importancia.

                                                         La Iglesia como comunión

[13]
            La comunión en la que los cristianos creen y esperan es, en su más profunda realidad, su unidad con el Padre por Cristo y en el Espíritu Santo. A partir de Pentecostés, esta comunión se da y se recibe en la Iglesia, comunión de los santos. Se cumple en plenitud en la gloria del cielo, pero se realiza ya en la Iglesia en la tierra, mientras camina hacia esa plenitud. Los que viven unidos en la fe, la esperanza y la caridad, en el servicio mutuo, en la enseñanza común y en los sacramentos, guiados por sus Pastores[18], participan en la comunión que constituye la Iglesia de Dios. Esta comunión se realiza en concreto en las Iglesias particulares, cada una de las cuales se reúne alrededor de su Obispo. En cada una de ellas “la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica, está verdaderamente presente y actuante”[19]. Esta comunión es pues universal por su misma naturaleza.
[14]
            La comunión entre las Iglesias se mantiene y se manifiesta de modo especial por la comunión entre sus Obispos. Juntos, forman un colegio que sucede al colegio apostólico. Este colegio tiene a su cabeza al Obispo de Roma, como sucesor de Pedro[20]. De este modo los Obispos garantizan que las Iglesias de las que son ministros continúan la única Iglesia de Cristo, fundamentada en la fe y el ministerio de los apóstoles. Ellos coordinan las energías espirituales y los dones de los fieles y de sus asociaciones para la construcción de la Iglesia y el pleno ejercicio de su misión.

[15]
            Cada Iglesia particular, unida en sí misma, y en la comunión de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, es enviada en nombre de Cristo y por la fuerza del Espíritu para llevar el Evangelio del Reino cada vez a mayor número de personas, ofreciéndoles esta comunión con Dios. Al aceptarla, estas personas entran también en comunión con todos los que ya la han recibido, y se constituyen con ellos en una auténtica familia de Dios. Esta familia da, por su unidad, testimonio de esa comunión con Dios. En esta misión de la Iglesia es donde se realiza la oración de Jesús, ya que él pidió “para que todos sean uno, Padre, que sean uno en nosotros, como tú estás en mí y yo en ti, para que el mundo crea que tú me has enviado”[21].

[16]
            La comunión en el interior de las Iglesias particulares y entre ellas es un don de Dios. Hay que recibirla con alegría y agradecimiento, y cultivarla cuidadosamente. La mantienen de modo especial quienes están llamados a ejercer en la Iglesia el ministerio de pastor. La unidad de la Iglesia se realiza en medio de una rica diversidad. La diversidad en la Iglesia es una dimensión de su catolicidad. Esta misma riqueza de diversidad puede, sin embargo, engendrar tensiones en la comunión. Mas, a pesar de dichas tensiones, el Espíritu continúa actuando en la Iglesia, y llama a los cristianos, en su diversidad, a una unidad cada vez más profunda.

[17]
            Los católicos mantienen la firme convicción de que la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, “gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él”[22]. Confiesan que la plenitud de la verdad revelada, de los sacramentos y del ministerio, que Cristo dio para la construcción de su Iglesia y para el cumplimiento de su misión, se halla en la comunión católica de la Iglesia. Saben ciertamente los católicos que personalmente no han vivido ni viven en plenitud los medios de gracia de que está dotada la Iglesia. Pero nunca pierden, a pesar de ello, la confianza en la Iglesia. Su fe les asegura que ella sigue siendo “la digna esposa del Señor” y “se renueva de continuo bajo la acción del Espíritu Santo, hasta que llegue, por la cruz, a la luz que no tiene ocaso”[23]. Así pues, cuando los católicos emplean las expresiones “Iglesias”, “otras Iglesias”, “otras Iglesias y Comuniones eclesiales”, etc., para designar a quienes no están en plena comunión con la Iglesia católica, debe tenerse siempre en cuenta esta firme convicción y confesión de fe.

                                     Las divisiones entre cristianos y el restablecimiento
                                                                    de la unidad

[18]
            Sin embargo, la sinrazón y el pecado humanos se han opuesto en ocasiones a la voluntad unificante del Espíritu Santo, debilitando esta fuerza del amor que supera las tensiones inherentes a la vida eclesial. Desde el comienzo de la Iglesia se han producido escisiones. Más tarde aparecieron disensiones más graves, y hubo Comunidades eclesiales en Oriente que dejaron de estar en plena comunión con la Sede de Roma y con la Iglesia de Occidente[24]. Después otras divisiones más profundas hicieron nacer en Occidente diversas Comunidades eclesiales. Estas rupturas se referían a cuestiones doctrinales o disciplinarias, e incluso a la naturaleza misma de la Iglesia[25]. El Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo reconoce que han aparecido disensiones “a veces por culpa de personas de ambas partes”[26]. A pesar de ello, y por gravemente que la culpabilidad humana haya podido dañar la comunión, ésta nunca ha sido aniquilada. En efecto, la plenitud de la unidad de la Iglesia de Cristo se ha mantenido en la Iglesia católica, mientras otras Iglesias y Comunidades eclesiales, aun no estando en plena comunión con la Iglesia católica, conservan en realidad una cierta comunión con ella. El Concilio afirma esto: “Creemos que ella (esta unidad) subsiste de forma inamisible en la Iglesia católica, y esperamos que se acrecentará de día en día hasta la consumación de los siglos”[27]. Algunos textos conciliares indican los elementos compartidos por la Iglesia católica y las Iglesias orientales[28] por un lado, y por la Iglesia católica y las demás Iglesias y Comunidades eclesiales por otro[29]. “El Espíritu de Cristo no deja de servirse de ellas como medio de salvación”[30].

[19]
            No obstante, ningún cristiano ni cristiana puede sentirse satisfecho con estas formas imperfectas de comunión. No corresponden a la voluntad de Cristo, y debilitan a su Iglesia en el ejercicio de su misión. La gracia de Dios ha llevado a los miembros de muchas Iglesias y Comunidades eclesiales, sobre todo en nuestro siglo, a esforzarse por superar las divisiones heredadas del pasado y por construir de nuevo una comunión de amor por la oración, el arrepentimiento y la petición recíproca de perdón por los pecados de desunión del pasado y del presente, mediante encuentros para acciones de cooperación y de diálogo teológico. Tales son los objetivos y las actividades de lo que se ha dado en llamar el movimiento ecuménico[31].

[20]
            En el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido solemnemente a trabajar por la unidad de los cristianos. El Decreto Unitatis Redintegratio especifica que la unidad querida por Cristo para su Iglesia se realiza “por medio de la fiel predicación del Evangelio por los Apóstoles y por sus sucesores -los Obispos con su cabeza que es el sucesor de Pedro-, por la administración de los sacramentos y por el gobierno en el amor”. El decreto define esta unidad como consistente “en la profesión de una sola fe [...], en la celebración común del culto divino [...], en la concordia fraternal de la familia de Dios”[32]; esta unidad, que exige, por su misma naturaleza, una plena comunión visible de todos los cristianos, es el fin último del movimiento ecuménico. El Concilio afirma que esta unidad no exige en modo alguno el sacrificio de la rica diversidad de espiritualidad, de disciplina, de ritos litúrgicos y de elaboración de la verdad revelada que se han desarrollado entre los cristianos[33], en la medida en que esta diversidad permanece fiel a la Tradición apostólica.

[21]
            Desde el Concilio Vaticano II la actividad ecuménica ha sido inspirada y guiada, en toda la Iglesia católica, por diversos documentos e iniciativas de la Santa Sede y, en las Iglesias particulares, por documentos e iniciativas de los Obispos, de los Sínodos de las Iglesias orientales católicas y de las Conferencias episcopales. Hay que mencionar también los progresos realizados en variadas formas de diálogo ecuménico y en diferentes tipos de colaboración ecuménica. Según la misma expresión del Sínodo de los Obispos de 1985, el ecumenismo “se ha grabado profunda e irrevocablemente en la conciencia de la Iglesia”[34].

                                            El ecumenismo en la vida de los cristianos

[22]
            El movimiento ecuménico es una gracia de Dios, concedida por el Padre en respuesta a la oración de Jesús[35] y a las súplicas de la Iglesia inspirada por el Espíritu Santo[36]. Aunque encuadrado en el marco de la misión general de la Iglesia, que es unir a la humanidad en Cristo, tiene como misión específica el restablecimiento de la unidad entre los cristianos[37]. Los bautizados en el nombre de Cristo están llamados, por ello mismo, a comprometerse en la búsqueda de la unidad[38]. La comunión en el bautismo se orienta a la plena comunión eclesial. Vivir el bautismo es ser arrastrado en la misión de Cristo que es reunir todo en la unidad.

[23]
            Los católicos están invitados a responder, según las indicaciones de sus pastores, con solidaridad y gratitud a los esfuerzos que se realizan en muchas Iglesias y Comunidades eclesiales y en diversas organizaciones en las que ellas colaboran para restablecer la unidad de los cristianos. Allí donde no se realiza, al menos en la práctica, ningún trabajo ecuménico, los católicos procurarán promoverlo. Allí donde ese trabajo encuentra oposiciones o impedimentos por actitudes sectarias o actividades que llevan a divisiones aún mayores entre los que confiesan el nombre de Cristo, que los católicos sean pacientes y perseverantes. Los Ordinarios de los lugares[39], los Sínodos de las Iglesias orientales católicas[40] y las Conferencias episcopales verán a veces necesario tomar medidas especiales para superar el peligro de indiferentismo o de proselitismo[41]. Esto podría aplicarse de modo particular a las Iglesias jóvenes. En todas sus relaciones con los miembros de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, los católicos actuarán con honradez, prudencia y conocimiento de las cosas. Esta disposición a proceder gradualmente y con precaución, sin eludir las dificultades, es también una garantía para no sucumbir a la tentación del indiferentismo o del proselitismo, que sería la ruina del verdadero espíritu ecuménico.

[24]
            Cualquiera que sea la situación local, para ser capaces de asumir sus responsabilidades ecuménicas, los católicos deben actuar unidos y de acuerdo con sus Obispos. Debieran ante todo conocer bien lo que es la Iglesia católica, y ser capaces de dar cuenta de su enseñanza, de su disciplina y de sus principios de ecumenismo. Cuanto mejor conozcan todo esto, mejor podrán exponerlo en las discusiones con los otros cristianos y dar adecuadamente razón de ello. También debieran tener un conocimiento correcto de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales con las que se relacionan. Habrá que tomar en cuidadosa consideración las diversas condiciones previas al compromiso ecuménico que se exponen en el Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo[42].

[25]
            El ecumenismo, con todas sus exigencias humanas y morales, está tan arraigado en la acción misteriosa de la Providencia del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo, que afecta a lo profundo de la espiritualidad cristiana. Exige esta “conversión del corazón y esta santidad de vida, unidas a las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos” que el Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo llama “el ecumenismo espiritual” y que considera como “el alma de todo ecumenismo”[43]. Quienes se identifican profundamente con Cristo deben configurarse con su oración, en especial a su oración por la unidad; quienes viven en el Espíritu deben dejarse transformar por el amor que, por la causa de la unidad, “lo soporta todo, lo cree todo, lo espera todo, lo aguanta todo”[44]; quienes viven en espíritu de arrepentimiento serán particularmente sensibles al pecado de las divisones y pedirán por el perdón y la conversión. Quienes buscan la santidad serán capaces de reconocer sus frutos fuera también de los límites visibles de su Iglesia[45]. Serán llevados a conocer realmente a Dios como el único capaz de congregar a todos en la unidad, porque es el Padre de todos.

                                       Los diferentes niveles de la actuación ecuménica

[26]
            Las posibilidades y exigencias de la actuación ecuménica no se presentan de igual manera en una parroquia, en una diócesis, a nivel de una organización regional o nacional de las diócesis, o a nivel de la Iglesia universal. El ecumenismo exige un compromiso del Pueblo de Dios en las estructuras eclesiásticas y según la disciplina propia de cada uno de estos niveles.

[27]
            En la diócesis, reunido alrededor de su Obispo, en las parroquias y en los diversos grupos y comunidades, la unidad de los cristianos se construye y se manifiesta día a día[46]: hombres y mujeres escuchan en la fe la Palabra de Dios, rezan, celebran los sacramentos, se ponen unos al servicio de otros y manifiestan el Evangelio de la salvación a los que aún no creen.

            Pero cuando los miembros de una misma familia pertenecen a Iglesias y Comunidades eclesiales diferentes, cuando los cristianos no pueden recibir la comunión con su pareja o con sus hijos, o con sus amigos, el sufrimiento de la división se hace sentir vivamente y debiera dar un impulso mayor a la oración y a la actividad ecuménica.

[28]
            El hecho de reunir, dentro de la comunión católica, a las Iglesias particulares en las instituciones correspondientes, como los Sínodos de las Iglesias orientales y las Conferencias episcopales, manifiesta la comunión que existe entre dichas Iglesias. Estas asambleas pueden facilitar mucho el desarrollo de relaciones ecuménicas eficaces con las Iglesias y Comunidades eclesiales de una misma región que no están en plena comunión con nosotros. Además de su tradición cultural y cívica, comparten una herencia eclesial común, que data de los tiempos anteriores a las divisiones. Al ser más capaces que una Iglesia particular de tratar de modo representativo los elementos regionales y nacionales de la actividad ecuménica, los Sínodos de las Iglesias orientales católicas y las Conferencias episcopales pueden crear organismos destinados a poner en marcha y coordinar los recursos y esfuerzos de su territorio de modo que sostenga las actividades de las Iglesias particulares, y permita seguir en sus actividades ecuménicas un caminar católico homogéneo.

[29]
            Al Colegio episcopal y a la Sede Apostólica corresponde juzgar en última instancia la manera como se ha de responder a las exigencias de la plena comunión[47]. A este nivel se reune y evalúa la experiencia ecuménica de todas las Iglesias particulares; se reunen los recursos necesarios para el servicio de la comunión a nivel universal y entre todas las Iglesias particulares que pertenecen a esta comunión, y trabajan por ella; se dan las directrices tendentes a orientar y canalizar las actividades ecuménicas de todas partes en la Iglesia. A menudo es a este nivel de la Iglesia al que las otras Iglesias y Comunidades eclesiales acuden cuando desean ponerse en relación ecuménica con la Iglesia católica. Y a este nivel es donde pueden tomarse las decisiones finales sobre el restablecimiento de la comunión.

                                    Complejidad y diversidad de la situación ecuménica

[30]
            El movimiento ecuménico quiere ser obediente a la Palabra de Dios, a las inspiraciones del Espíritu Santo y a la autoridad de aquellos cuyo ministerio es asegurar que la Iglesia permanezca fiel a aquella Tradición apostólica en la que se reciben la Palabra de Dios y los dones del Espíritu. Lo que se busca es la comunión, que es el corazón del misterio de la Iglesia. Por eso el ministerio apostólico de los Obispos es particularmente necesario en el dominio de la actividad ecuménica. Las situaciones de que se ocupa el ecumenismo son a menudo sin precedentes, varían de un lugar a otro, de una a otra época. Por eso hay que apoyar las iniciativas de los fieles en el terreno del ecumenismo. Pero se precisa un discernimiento atento y constante, e incumbe a aquellos que tienen la última responsabilidad de la doctrina y de la disciplina en la Iglesia[48]. A éstos corresponde animar las iniciativas responsables y asegurar que se lleven a cabo según los principios católicos del ecumenismo. Ellos deben devolver la seguridad a quienes se desanimen por las dificultades y moderar la imprudente generosidad de quienes no prestan una consideración suficiente a las dificultades reales que jalonan el camino de la reunión. El Consejo pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, cuyo papel y responsabilidad son proporcionar directrices y consejos para la actividad ecuménica, ofrece el mismo servicio a la Iglesia entera.

[31]
            La naturaleza de la acción ecuménica emprendida en una determinada región estará siempre influenciada por el carácter particular de la situación ecuménica local. La elección del compromiso ecuménico apropiado corresponde en especial al Obispo, quien ha de tener en cuenta las responsabilidades específicas y las demandas características de su diócesis. No es posible pasar revista a la variedad de situaciones, pero pueden hacerse algunas observaciones muy generales.

[32]
            La tarea ecuménica se presentará de modo diferente en un país de mayoría católica que en otro en que la mayoría son cristianos orientales, anglicanos o protestantes. La tarea será también diversa en los países con mayoría de no cristianos. La participación de la Iglesia católica en el movimiento ecuménico en los países en que tiene gran mayoría es crucial para que el ecumenismo sea un movimiento que comprometa a la Iglesia entera.

[33]
            De igual manera, la tarea ecuménica variará mucho según que nuestros interlocutores cristianos pertenezcan mayoritariamente a una o varias Iglesias orientales, más bien que a Comunidades de la Reforma. Cada una tiene su dinámica propia y sus peculiares posibilidades. Muchos otros factores, políticos, sociales, culturales, geográficos y étnicos, pueden variar la forma de la tarea ecuménica.

[34]
            Es el contexto local particular el que proporcionará siempre las diversas características de la tarea ecuménica. Lo importante es que en este esfuerzo común los católicos en todo el mundo se apoyen unos a otros por la oración y el mutuo estímulo, para seguir buscando la unidad de los cristianos, en sus múltiples facetas, obedeciendo al mandato del Señor.


                                         Las sectas y los nuevos movimientos religiosos

[35]
            El panorama religioso de nuestro mundo ha evolucionado notablemente en los últimos decenios, y en algunas partes del mundo el cambio más espectacular ha sido el desarrollo de sectas y de nuevos movimientos religiosos, cuya aspiración a relacionarse pacíficamente con la Iglesia católica es a veces débil o inexistente. En 1986 cuatro Dicasterios de la Curia romana han publicado un informe conjunto[49] que llama la atención sobre la distinción capital que ha de hacerse entre las sectas y los nuevos movimientos religiosos por un lado, y las Iglesias y Comunidades eclesiales por otro. Hay estudios ulteriores en curso en este ámbito.

[36]
            En lo referente a las sectas y a los nuevos movimientos religiosos, la situación es muy compleja y se presenta de manera diferente según el contexto cultural. En algunos países las sectas se desarrollan en un ambiente cultural fundamentalmente religioso. En otros lugares se extienden en sociedades cada vez más secularizadas, pero crédulas y supersticiosas al mismo tiempo. Ciertas sectas son y se dicen de origen no cristiano; otras son eclécticas; las hay que se declaran cristianas, pudiendo haber roto con Comunidades cristianas, o mantener aún relaciones con el cristianismo. Es claro que corresponde en especial al Obispo, a la Conferencia episcopal o al Sínodo de las Iglesias orientales católicas, el discernimiento sobre cómo responder mejor al desafío creado por las sectas en una determinada región. Pero hay que insistir en el hecho de que los principios de la puesta en común espiritual o de la cooperación práctica que se dan en este Directorio sólo se aplican a las Iglesias y a las Comunidades eclesiales con las que la Iglesia católica ha establecido relaciones ecuménicas. Verá claramente el lector de este Directorio que el único fundamento para tal puesta en común y tal cooperación es el reconocimiento por ambas partes de una cierta comunión ya existente, aunque sea imperfecta, unida a la apertura y al respeto mutuo que tal reconocimiento produce.

LA ORGANIZACION EN LA IGLESIA CATÓLICA DEL SERVICIO
                                              DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

Introducción

[37]
             Por sus Iglesias particulares, la Iglesia católica está presente en muchos lugares y regiones al lado de otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Esas regiones tienen sus características propias de orden espiritual, étnico, político y cultural. Con frecuencia, en dichas regiones se halla la suprema autoridad religiosa de otras Iglesias y Comunidades eclesiales: estas regiones corresponden a menudo al territorio de un Sínodo de las Iglesias orientales católicas o de una Conferencia episcopal.

[38]
            En consecuencia, una Iglesia católica particular, o varias Iglesias particulares que actúan estrechamente unidas, pueden hallarse en situación muy favorable para tomar contacto a este nivel con otras Iglesias o Comunidades eclesiales. Aquéllas pueden establecer con éstas relaciones ecuménicas fructíferas, beneficiosas para el movimiento ecuménico más amplio[50].

[39]
            El Concilio Vaticano II confió especialmente el quehacer ecuménico “a los Obispos de toda la tierra para que traten de promoverlo y lo orienten con discernimiento”[51]. Esta orientación, ya puesta en práctica frecuente por algunos Obispos personalmente, por Sínodos de las Iglesias orientales católicas o por Conferencias episcopales, ha sido incorporada a los Códigos de Derecho Canónico. Para la Iglesia latina, el CIC, can. 755, afirma:

§ 1.      Corresponde en primer lugar al Colegio episcopal entero y a la Sede Apostólica animar y dirigir entre los católicos el movimiento ecuménico cuyo objetivo es restablecer la unidad entre todos los cristianos, unidad que la Iglesia, por voluntad de Cristo, está obligada a promover.

§ 2.      Corresponde igualmente a los Obispos y, según el derecho, a las Conferencias episcopales, promover esta misma unidad, y dar reglas prácticas, según las diferentes necesidades y ocasiones favorables, teniendo en cuenta las disposiciones emanadas de la suprema autoridad de la Iglesia.

            Para las Iglesias orientales católicas, el CCEO, can. 902-904 § 1, afirma:

Canon 902:      “El ecumenismo o la promoción de la unidad de los cristianos atañe a la Iglesia entera; todos los fieles, sobre todo los pastores, deben orar por esta plena unidad de la Iglesia deseada por el Señor, y trabajar con sabiduría en esta tarea, participando en la labor ecuménica suscitada por la gracia del Espíritu Santo”.

Canon 903: “Las Iglesias orientales católicas tienen la misión especial de favorecer la unidad entre todas las Iglesias orientales, por la oración primero, por el ejemplo de vida, por una religiosa fidelidad a las antiguas tradiciones de las Iglesias orientales, por un mejor conocimiento recíproco, por la colaboración y fraterna estima de las cosas y de los espíritus”.

Canon 904, § 1: “En cada Iglesia con derecho propio se promoverán cuidadosamente las iniciativas del movimiento ecuménico por disposiciones especiales del derecho particular, mientras la sede apostólica romana dirige el mismo movimiento para toda la Iglesia”.

[40]
            A la luz de esta competencia particular para promover y guiar el trabajo ecuménico, es responsabilidad de los Obispos diocesanos, de los Sínodos de las Iglesias orientales católicas, o de las Conferencias episcopales, establecer las normas según las cuales las personas o las comisiones más abajo citadas llevarán adelante las actividades que se les atribuyen y velarán por la aplicación de dichas normas. Habría que cuidar además que aquellos a quienes se confíen estas responsabilidades ecuménicas tengan un conocimiento adecuado de los principios católicos sobre ecumenismo y sean seriamente preparados para su tarea.

El delegado diocesano para el ecumenismo

[41]
            En las diócesis, el Obispo tendría que nombrar una persona competente como delegado/a diocesano/a para las cuestiones ecuménicas. Esta persona podría encargarse de animar la Comisión ecuménica diocesana y de coordinar sus actividades según se indica en el nº 44 (o bien de llevar adelante estas actividades, si no existiera tal comisión). Como estrecho colaborador del Obispo, y con la ayuda conveniente, esta persona impulsará diferentes iniciativas de oración por la unidad de los cristianos en la diócesis, cuidará de que las actitudes ecuménicas influyan en las actividades de la diócesis, identificará las necesidades particulares de la diócesis y mantendrá informada a ésta. Esta persona delegada es también responsable de representar a la Comunidad católica en sus relaciones con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales y sus dirigentes, facilitando las relaciones de éstos con el Obispo del lugar, con el clero y los laicos a diferentes niveles. Será el consejero en materia ecuménica del Obispo y de las otras instancias diocesanas, y facilitará la puesta en común de experiencias e iniciativas ecuménicas entre los pastores y las organizaciones diocesanas. Cuidará de mantener contactos con los delegados o las comisiones de otras diócesis. Incluso donde los católicos son mayoría, o en las diócesis limitadas en personal y recursos, se recomienda que se nombre tal delegado (o delegada) diocesano(a) para llevar a cabo las actividades antedichas, en cuanto sea posible y conveniente.

La Comisión o el Secretariado ecuménico de una diócesis

[42]
            Además del delegado diocesano para cuestiones ecuménicas, el Obispo de una diócesis creará un consejo, comisión o secretariado encargado de llevar a la práctica las directrices u orientaciones que tenga que dar y, de modo más genérico, de promover la actividad ecuménica en su diócesis[52]. Donde lo pidan las circunstancias, pueden reunirse varias diócesis para crear tal comisión o secretariado.

[43]
            La comisión o secretariado debiera representar a toda la diócesis y componerse, en general, de miembros del clero, religiosos, religiosas y seglares con competencias variadas, y en especial de personas con una competencia ecuménica particular. Es de desear que esta comisión o secretariado cuente entre sus miembros con representantes del consejo presbiteral, del consejo pastoral y de los seminarios diocesanos o regionales.

            Esta comisión debería colaborar con las instituciones u obras ecuménicas ya existentes o en formación, utilizando su ayuda cuando se presente la ocasión. Debería estar dispuesta a ayudar al delegado diocesano de ecumenismo y a ponerse a disposición de otras obras diocesanas o de iniciativas privadas para intercambio mutuo de información e ideas. Sería particularmente importante que existan relaciones con las parroquias y las organizaciones parroquiales, con las iniciativas apostólicas de los miembros de institutos de vida consagrada y de asociaciones de vida aspostólica, y con los movimientos y asociaciones de laicos.

[44]
            Además de las funciones que se le han atribuido ya, esta comisión debería:

a/         poner por obra las decisiones del Obispo diocesano relativas a la aplicación de la enseñanza y directrices del Concilio Vaticano II sobre ecumenismo, así como los documentos posconciliares emanados de la Santa Sede, de los Sínodos de las Iglesias orientales católicas y de las Conferencias episcopales;

b/         mantener relaciones con la comisión ecuménica territorial (cf infra) y adaptar sus consejos y sugerencias a las condiciones locales. Cuando lo pida la situación, se recomienda que se envíen informes sobre ciertas experiencias y sus resultados, u otras informaciones útiles al Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos;

c/         favorecer el ecumenismo espiritual según los principios dados en el Decreto conciliar sobre ecumenismo y en otros lugares de este Directorio sobre la oración, pública o privada, por la unidad de los cristianos;

d/         ofrecer su ayuda y apoyo, por medios tales como talleres y seminarios, para la formación ecuménica del clero y de los laicos, para la adecuada aplicación de la dimensión ecuménica en todos los aspectos de la vida, prestando especial atención a la preparación de los seminaristas para dar una dimensión ecuménica a la predicación, a la catequesis y a otras formas de enseñanza, y para las actividades pastorales (por ejemplo, para la pastoral de matrimonios mixtos), etc.;

e/         promover la estima y la caridad entre los católicos y otros cristianos con quienes no existe aún la plena comunión eclesial, según las sugerencias y directrices dadas más abajo (especialmente nn. 207-218);

f/          tomar la iniciativa y guiar conversaciones y consultas con ellos, teniendo muy en cuenta que conviene adaptarlas a la diversidad de los participantes y de los temas de diálogo[53];

g/         proponer expertos encargados del diálogo a nivel diocesano con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales;

h/         promover, en colaboración con otras organizaciones diocesanas y con los otros cristianos un testimonio común de fe cristiana, en cuanto sea posible, y de igual manera, una acción común en terrenos tales como la educación, la moralidad pública y privada, la justicia social, las causas relacionadas con la cultura, la ciencia y las artes[54];

i/          proponer a los Obispos el intercambio de observadores y de invitados, para conferencias importantes, sínodos, toma de posesión de dirigentes religiosos y otras ocasiones de este tipo.

[45]
            En las diócesis debía animarse a las parroquias a tomar parte en las iniciativas ecuménicas de nivel idéntico al suyo y, cuando sea posible, a formar grupos que se encarguen de realizar estas actividades (cf infra nº 70).  Tendrían que mantenerse en estrecho contacto con las autoridades diocesanas e intercambiar sus informaciones y experiencias con ellas, y con otras parroquias y grupos.

La comisión ecuménica de los Sínodos de las Iglesias orientales
católicas y de las Conferencias episcopales

[46]
            Cada Sínodo de las Iglesias orientales católicas y cada Conferencia episcopal establecerán, según sus propios procedimientos, una comisión episcopal para el ecumenismo, asistida por expertos, hombres y mujeres, elegidos entre el clero, los religiosos y religiosas y los laicos. Esta comisión estará secundada, siempre que sea posible, por un secretariado permanente. Dicha comisión, cuyo método de trabajo será determinado por los estatutos del sínodo o de la conferencia, se encargará de proponer las orientaciones en materia ecuménica y los modos concretos de actuación, de acuerdo con la legislación, las directrices y las legítimas costumbres eclesiales vigentes, según las posibilidades concretas de una región dada. Deben tomarse en consideración todas las circunstancias de lugares y personas en la escala territorial afectada, pero teniendo también en cuenta a la Iglesia universal. Caso de que el exiguo número de miembros de una Conferencia episcopal no permitiera crear una comisión de Obispos, habría que nombrar al menos un Obispo responsable de las tareas ecuménicas indicadas a continuación.

[47]
            Las funciones de esta comisión comprenderán las que se enumeran más arriba en el nº 44, en la medida en que sean competencia de los Sínodos de las Iglesias orientales católicas o de las Conferencias episcopales. Pero debe también ocuparse de otras tareas, de las que siguen algunos ejemplos:

a/         poner en práctica las normas e instrucciones de la Santa Sede en la materia;

b/         aconsejar y asistir a los Obispos que creen una comisión ecuménica en su diócesis, y estimular la cooperación entre los responsables diocesanos de ecumenismo y entre  las comisiones mismas, organizando, por ejemplo, encuentros periódicos de delegados y representantes de las comisiones diocesanas;

c/         animar y ayudar donde convenga a las otras comisiones de la Conferencia episcopal y de los Sínodos de las Iglesias orientales católicas a tener en cuenta la dimensión ecuménica del trabajo de dicha Conferencia, de sus declaraciones públicas, etc.;

d/         promover la colaboración entre los cristianos, por ejemplo aportando ayuda espiritual y material donde sea posible, a la vez a las organizaciones ecuménicas existentes y a los proyectos ecuménicos a promover en el ámbito de la enseñanza y la investigación, o en el de la pastoral y la profundización de la vida cristiana, según los principios del decreto conciliar sobre ecumenismo, en sus nn. 9-12;

e/         establecer consultas y diálogo con los dirigentes eclesiásticos y con los consejos de las Iglesias existentes a nivel nacional o territorial (diferentes de la diócesis) y crear estructuras adaptadas a estos diálogos;

f/          designar expertos, con mandato oficial de la Iglesia, para participar en las consultas y en el diálogo con los expertos de las Iglesias, de las Comunidades eclesiales y organizaciones antes mencionadas;

g/         mantener contactos y colaboración activa con las estructuras ecuménicas establecidas por los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, y con las de otras organizaciones católicas, dentro de su territorio;

h/         organizar el intercambio de observadores e invitados con ocasión de asambleas eclesiales importantes y de otros eventos de este género, a nivel nacional o territorial;

i/          informar a los Obispos de la Conferencia y de los Sínodos sobre el desarrollo de los diálogos que se tienen en su territorio; compartir estas informaciones con el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos de Roma, de modo que el mutuo intercambio de pareceres y experiencia y los resultados del diálogo puedan promover otros diálogos a diversos niveles de la vida de la Iglesia;

j/          en general, mantener relaciones entre los Sínodos de las Iglesias orientales católicas o las Conferencias episcopales en lo referente a las cuestiones ecuménicas, y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, en Roma, así como con las comisiones ecuménicas de otras Conferencias territoriales.


Estructuras ecuménicas en otros contextos eclesiales

[48]
            Los variados organismos supranacionales que aseguran la cooperación y apoyo entre las Conferencias Episcopales tendrán también estructuras que puedan dar una dimensión ecuménica a su trabajo. La extensión y forma de sus actividades deberían ser determinadas por los estatutos y reglamentos de cada uno de estos organismos y según las posibilidades concretas del territorio.

[49]
            En la Iglesia católica existen ciertas Comunidades y organizaciones que ocupan un lugar específico en la contribución a la vida apostólica de la Iglesia. Aun cuando no participen directamente en las estructuras ecuménicas arriba descritas, su trabajo tiene a menudo una dimensión ecuménica importante y debería estar organizado en estructuras adecuadas, de acuerdo con los fines de la organización. Entre esas Comunidades y organizaciones se encuentran los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica y diversas organizaciones de fieles católicos.



          [1] Secretariado para la promoción de la Unidad de los Cristianos (SPUC), Directorio ecuménico, Ad totam Ecclesiam: AAS 1967, 574-592; AAS 1079, 705-724.
          [2] Discurso del Papa Juan Pablo II a la Asamblea plenaria del SPUC, 6 de febrero de 1988: AAS 1988, 1203.
          [3] Entre ellos están: el Motu Proprio Matrimonia Mixta, AAS 1970, 257-263; las Reflexiones y sugerencias acerca del diálogo ecuménico, SPUC, Servicio de Información (SI), 12, 1970, pp. 3-11; la Instrucción sobre la admisión de otros cristianos a la comunión eucarística en la Iglesia católica, AAS, 1972, 518-525; la Nota sobre ciertas interpretaciones de la Instrucción sobre los casos de admisión de otros cristianos a la comunión eucarística en la Iglesia católica, AAS 1973, 616-619; el documento sobre la Colaboración ecuménica a nivel regional, a nivel nacional y a nivel local, SPUC SI, 1975, pp. 8-34; la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (EN) de 1975; la Constitución apostólica Sapientia christiana (SC) sobre las universidades y facultades eclesiásticas (1979); la Exhortación apostólica Catechesi tradendae (CT) de 1979, y la Relatio Finalis del Sínodo extraordinario de los Obispos en 1985.
          [4] AAS 1988, 1204.
          [5] Cf. CIC, can. 755; CCEO, cann. 902 y 904, § 1. En este Directorio el adjetivo católico se aplica a los fieles y a las Iglesias que están en comunión plena con el Obispo de Roma.
          [6] Cf infra, nn. 35 y 36.
          [7] La Constitución apostólica Pastor Bonus (1988) afirma:
“Art. 135: El Consejo tiene como función el comprometerse mediante iniciativas y actividades oportunas en la tarea ecuménica de restablecer la unidad entre cristianos.
Art. 136: § 1) Vela por la puesta en práctica de los decretos del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo, y asegura su ejecución. § 2) Favorece los encuentros católicos nacionales o internacionales orientados a promover la unión de los cristianos, los pone en relación y los coordina, siguiendo sus actividades. § 3) Después de someter previamente las cuestiones al Sumo Pontífice, se ocupa de las relaciones con los hermanos de las Iglesias y Comunidades eclesiales que no están aún en plena comunión con la Iglesia católica, y sobre todo promueve el diálogo y las conversaciones para favorecer la unidad con ellas, solicitando la colaboración de expertos competentes en la doctrina teológica. Designa los observadores católicos para los encuentros entre cristianos e invita a observadores de otras Iglesias y Comunidades eclesiales a los encuentros católicos, cuando le parece oportuno.
Art. 137: § 1) Dado que la materia a tratar por este dicasterio toca a menudo, por su naturaleza, cuestiones de fe, debe trabajar en estrecha relación con la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre todo cuando se trata de hacer públicos documentos o declaraciones; § 2) Para tratar asuntos de gran importancia referentes a las Iglesias separadas de Oriente, debe previamente consultar a la Congregación para las Iglesias Orientales”.
          [8] Salvo indicación contraria, la expresión “Iglesia particular” se emplea en este Directorio para designar una diócesis, una eparquía u otra circunscripción eclesiástica equivalente.
          [9] Jn 17,21; Cf Ef 4,4.
          [10] Constitución apostólica Lumen Gentium (LG), n. 1.
          [11] Cf LG, nn. 1-4 y Decreto conciliar sobre el ecumenismo, Unitatis Redintegratio (UR), n. 2.
          [12] Cf UR, n. 2.
          [13] Cf LG, n. 2, § 5.
          [14] UR, n. 2; cf Ef 4,12.
          [15] Cf LG, cap. III.
          [16] Cf Hch 2,42.
          [17] Cf Relatio finalis del Sínodo extraordinario de los Obispos de 1985: “La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los documentos conciliares” (C,1); cf Congregación para la Doctrina de la fe, Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre ciertos aspectos de la Iglesia entendida como comunión (28 de mayo de 1992).
          [18] Cf LG, n. 14.
          [19] Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos, Christus Dominus (CD), n. 11.
          [20] Cf LG, n. 22.
          [21] Jn 17,21.
          [22] LG, n. 8.
          [23] LG, n. 9.
          [24] Cf UR, nn. 3 y 13.
          [25] Cf UR, n. 3: “Ciertamente, las variadas divergencias existentes entre ellos [los que creen en Cristo] y la Iglesia católica sobre cuestiones doctrinales, a veces disciplinarias, o acerca de la estructura de la Iglesia, constituyen numerosos obstáculos, en ocasiones muy graves, a la plena comunión eclesial. El movimiento ecuménico tiende a superarlas”. Tales divergencias siguen influyendo y provocan a veces nuevas divisiones.
          [26] UR, n. 3.
          [27] UR, n. 4.
          [28] Cf UR, nn. 14-18. El término “ortodoxa” se aplica generalmente a las Iglesias orientales que han aceptado las decisiones de los Concilios de Éfeso y Calcedonia. Sin embargo, este término se ha aplicado también recientemente, por razones históricas, a las Iglesias que no han aceptado las fórmulas dogmáticas de los dos Concilios citados (cf UR, n. 13). Para evitar toda confusión, en este Directorio el término general de “Iglesias orientales” se empleará para designar a todas las Iglesias de las diversas tradiciones orientales que no están en plena comunión con la Iglesia de Roma.
          [29] Cf UR, nn. 21-23.
          [30] Ibidem, n. 3.
          [31] Cf ibidem, n. 4.
          [32] UR, n. 2; LG, n. 14; CIC, can. 205; CCEO, can. 8.
          [33] Cf UR, nn. 4 y 15-16.
          [34] Relatio finalis del Sínodo extraordinario de los Obispos (1985), C, 7.
          [35] Cf Jn 17,21.
          [36] Cf Rom 8,26-27.
          [37] Cf UR, n. 5.
          [38] Cf infra, nn. 92-101.
          [39] En el Directorio, cuando se habla del Ordinario del lugar, se refiere igualmente a los jerarcas locales lugar de las Iglesias orientales, según la terminología del CCEO.
          [40] Se entiende como Sínodos de las Iglesias orientales católicas a las autoridades superiores de las Iglesias orientales católicas sui iuris, según se prevé en el CCEO.
          [41] Cf Declaración conciliar Dignitatis Humanae (DH), nº 4: “En la propagación de la fe y en la introducción de las prácticas religiosas, hay que evitar siempre actuaciones que huelan a coacción, a persuasión deshonesta o simplemente poco leal, sobre todo si se trata de personas sin cultura o sin recursos”. Hay que afirmar al mismo tiempo con dicha declaración que “los grupos religiosos tienen también el derecho a no verse impedidos de enseñar y manifestar su fe públicamente, de palabra y por escrito” (ibidem).
          [42] Cf UR, nn. 9-12; 16-18.
          [43] UR, n. 8.
          [44] 1 Cor 13,7.
          [45] Cf UR, n. 3.
          [46] Cf LG, n. 23; CD, n. 11; CIC, can. 383, § 3; y CCEO, can. 192, § 2.
          [47] Cf CIC, can. 755, § 1; CCEO, can. 902 y 904, § 1.
          [48] Cf CIC, can. 216 y 212; CCEO, can. 19 y 15.
          [49] Cf El fenómeno de las Sectas o nuevos movimientos religiosos: un desafío pastoral, Informe provisional basado en las respuestas (unas 75) y la documentación recibidas a 30 de octubre de 1985 de las Conferencias episcopales regionales o nacionales, SPUC, SI 61, 1986, pp. 158-169.
          [50] Cf infra, nn. 166-171.
          [51] UR, n. 4.
          [52] Cf CCEO, can. 904, § 1; CIC, 755, § 2.
          [53] Cf UR, nn. 9 y 11; cf también Reflexiones y Sugerencias acerca del diálogo ecuménico, op. cit.[nota 3].
          [54] Cf UR, n. 12; Decreto conciliar sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad Gentes (AG), n. 12 y La colaboración ecuménica a nivel [...], op. cit., n. 3.