El patriarca señala que la responsabilidad de los cristianos es grande frente a Dios, a la humanidad y a la historia
Por
Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 30 de noviembre de 2014
(Zenit.org <http://www.zenit.org)
Santísimo
y amado Hermano en Cristo, Francisco, Obispo de Roma,
Gloria
y alabanza damos a nuestro Dios Trino que nos ha concedido la alegría
inexpresable y el honor particular de la presencia personal de Vuestra
Santidad, durante el festejo de este año de la memoria sagrada del fundador, a
través de su predicación, de nuestra Iglesia, el Apóstol Andrés el Primer
Llamado. Agradecemos cordialmente a Vuestra Santidad el precioso don de su
bendita presencia entre nosotros, junto con su venerable Séquito. Con amor
profundo y gran honor os abrazamos dirigiéndoos el cordial abrazo de la paz y
del amor: “Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”
(Rom 1,7). “Porque nos apremia el amor de Cristo” (2 Cor 5,14).
Todavía
conservamos fresco en nuestro corazón el recuerdo de nuestro encuentro con
Vuestra Santidad en la Tierra Santa en común peregrinaje piadoso al lugar donde
nació, vivió, enseñó, padeció, resucitó y ascendió, allí donde estuvo antes, la
Cabeza de nuestra fe, así como también el agradecido recuerdo del evento
histórico del encuentro allí de nuestros inolvidables predecesores el Papa
Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Athenágoras. Aquel encuentro de ellos, hace
ya cincuenta años, en la Santa Ciudad, cambió la dirección del curso de la
historia; los paralelos y algunas veces enfrentados caminos de nuestras
Iglesias se encontraron en la visión común del descubrimiento de la pérdida de
su unidad, el amor congelado ha vuelto a inflamarse y fue acelerada nuestra
voluntad de hacer todo lo que esté de nuestra parte para que de nuevo se
edifique nuestra comunión en la misma fe y en el Cáliz común. Desde entonces se
abrió la vía de Emmaús, vía probablemente larga y algunas veces escabrosa, pero
sin retorno, invisiblemente caminando junto con nosotros el Señor, hasta que Él
se nos revele “en el partir el pan” (Luc 24,35).
Esta
vía la han seguido desde entonces y la siguen todos los sucesores de estos
inspirados jefes, instituyendo, bendiciendo y apoyando el diálogo de la caridad
y de la verdad entre nuestras Iglesias para la elevación de los obstáculos
acumulados por un milenio completo en las relaciones entre ellas, diálogo entre
hermanos y no, como antiguamente, de adversarios, precisando con toda franqueza
la palabra de la verdad, pero también respetándose recíprocamente como
hermanos.
Dentro
de este clima del camino común trazado por nuestros mencionados predecesores,
os acogemos hoy también, Santísimo Hermano, como portador del amor del Apóstol
Pedro a su hermano el Apóstol Andrés, el Primer Llamado, cuya memoria sagrada
solemnemente celebramos hoy. Según costumbre sagrada, instituida y observada ya
desde décadas por parte de las Iglesias de la Antigua y Nueva Roma,
representaciones oficiales de ambas intercambian visitas durante la fiesta
patronal de cada una de ellas, para que también a través este modo sea
demostrada la hermandad carnal de los dos corifeos Apóstoles, que de común han
conocido a Jesús y han creído en Él como Dios y Salvador. Esta común fe la han
transmitido a las Iglesias que han fundado con su predicación y han santificado
con su martirio. Esta fe han vivido y han dogmatizado los Padres comunes de
nuestras Iglesias, reunidos desde oriente y occidente en Concilios Ecuménicos,
heredándola en nuestras Iglesias como fundamento inquebrantable de nuestra
unidad. Esta fe, que hemos conservado en común en el oriente y en el occidente
por un milenio, somos llamados nuevamente a ponerla como base de nuestra
unidad, de modo que “manteneos unánimes y concordes” (Fil 2,2) avanzamos junto
con Pablo adelante “olvidando lo que queda atrás y lanzando hacia lo que está
por delante” (cfr. Fil 3,14).
Porque
en verdad, Santísimo Hermano, nuestra obligación no se limita en el pasado,
sino que se extiende sobre todo y, especialmente en nuestros días, en el
futuro. Porque, ¿para que vale nuestra fidelidad al pasado, si esto nada
significa para el futuro? ¿Qué utilidad tiene nuestro orgullo por todo que
hemos recibido, si todo esto no se traduce en vida para el hombre y el mundo de
hoy y del mañana? “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre” (Hebr 13,8), y
su Iglesia viene llamada a tener su visión dirigida no tanto al ayer, sino al
hoy y al mañana. La Iglesia existe por el mundo y por el hombre y no por si
misma.
Nuestra
visión dirigida al hoy no puede evitar nuestra agonía también para el mañana.
“Luchas por fuera, temores por dentro” (2 Cor 7,5). Esta comprobación del
Apóstol para su época, vale integra hoy también para nosotros. Porque, mientras
todo el tiempo que nos ocupamos con nuestras contradicciones, el mundo vive el
temor de la supervivencia, la agonía del mañana. ¿Como puede sobrevivir mañana
una humanidad afligida hoy por muchas divisiones, conflictos y enemistades,
muchas veces también en el nombre de Dios? ¿Cómo será repartida la riqueza de
la tierra más justamente de modo que no viva mañana la humanidad una esclavitud
más horrible, que jamás conoció antes?
¿Qué planeta encontrarán las próximas generaciones para habitar, si el hombre
moderno con su avidez lo destruye cruel y irremediable- mente?
Muchos
ponen hoy sus esperanzas en la ciencia; otros en la política; otros en la
tecnología. Pero ninguna de estas puede garantizar el futuro si el hombre no adopta
la llamada de la reconciliación, del amor y de la justicia; la llamada de la
aceptación del otro, del diferente, aún también del enemigo. La Iglesia de
Cristo, que es la primera que ha enseñado y ha vivido esta predicación, debe
aplicarla en primer lugar para sí misma “para que el mundo crea” (Juan 17,21).
He aquí el porque urge como jamás en otro tiempo el camino hacia la unidad de
los que invocan el nombre del gran Pacificador. He aquí el porque la
responsabilidad de nosotros los cristianos es grande frente a Dios, a la
humanidad y a la historia.
Santidad,
La Iglesia de la Ciudad de Constantino que por primera vez os acoge hoy con mucho amor y honor, como también con profundo reconocimiento, lleva en sus hombros una pesada herencia, como también una responsabilidad tanto para el presente como para el futuro. En esta Iglesia la Divina Providencia ha puesto, a través del orden instituido por parte de los sagrados Concilios Ecuménicos, la responsabilidad de la coordinación y de la expresión del consenso de las Santísimas Iglesias Ortodoxas locales. Dentro de esta responsabilidad trabajamos ya intensamente para la preparación del Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa, que se decidió fuera convocado aquí, con la benevolencia de Dios, dentro del año 2016. Las comisiones responsables trabajan ya febrilmente para la preparación de este gran evento en la historia de la Iglesia Ortodoxa, por el éxito del cual pedimos también vuestras oraciones.
La Iglesia de la Ciudad de Constantino que por primera vez os acoge hoy con mucho amor y honor, como también con profundo reconocimiento, lleva en sus hombros una pesada herencia, como también una responsabilidad tanto para el presente como para el futuro. En esta Iglesia la Divina Providencia ha puesto, a través del orden instituido por parte de los sagrados Concilios Ecuménicos, la responsabilidad de la coordinación y de la expresión del consenso de las Santísimas Iglesias Ortodoxas locales. Dentro de esta responsabilidad trabajamos ya intensamente para la preparación del Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa, que se decidió fuera convocado aquí, con la benevolencia de Dios, dentro del año 2016. Las comisiones responsables trabajan ya febrilmente para la preparación de este gran evento en la historia de la Iglesia Ortodoxa, por el éxito del cual pedimos también vuestras oraciones.
Desgraciadamente,
la comunión eucarística entre nuestras Iglesias, rota desde hace mil años, no
permite todavía la constitución de un común Gran y Ecuménico Concilio. Rezamos
que una vez restablecida la plena comunión entre ellas no tarde en resurgir
también este gran e ilustre día. Hasta aquel bendito día, la participación de
cada una de nuestras Iglesias en la vida sinodal de la otra será mostrada con
el envío de observadores, como ya sucede, por medio de vuestra gentil
invitación, durante los Sínodos de vuestra Iglesia, y como, esperamos, que
sucederá también durante la realización, con la ayuda de Dios, del nuestro
Santo y Gran Concilio.
Santidad,
Los problemas que la coincidencia histórica levanta hoy frente a nuestras Iglesias nos imponen que superaremos el girar en torno nosotros mismos, para afrontarlos con la más estrecha colaboración posible. Los modernos perseguidores de los cristianos no preguntan a qué Iglesia pertenecen sus víctimas. La unidad, por la cual nos comprometemos, se realiza ya en algunas regiones, desgraciadamente, a través del martirio. Tendamos en común la mano al hombre moderno, la mano del único que puede salvarlo a través de Su Cruz y Su Resurrección.
Los problemas que la coincidencia histórica levanta hoy frente a nuestras Iglesias nos imponen que superaremos el girar en torno nosotros mismos, para afrontarlos con la más estrecha colaboración posible. Los modernos perseguidores de los cristianos no preguntan a qué Iglesia pertenecen sus víctimas. La unidad, por la cual nos comprometemos, se realiza ya en algunas regiones, desgraciadamente, a través del martirio. Tendamos en común la mano al hombre moderno, la mano del único que puede salvarlo a través de Su Cruz y Su Resurrección.
Con
estos pensamientos y sentimientos expresamos también ahora la alegría por la
presencia entre nosotros de Vuestra Santidad, agradeciéndola y rezando al Señor
que por las intercesiones del celebrado hoy, el Apóstol Primer Llamado y de su
hermano en carne Pedro Protocorifeo, proteja Su Iglesia y la conduzca al
cumplimiento de Su santa voluntad.
¡Bienvenido
entre nosotros, muy querido Hermano!
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