viernes, 6 de noviembre de 2015

El cuidado de la creación




Encíclica del Patriarca Ecuménico Bartolomé
[Consejo Mundial de Iglesias-Recursos]

01 de septiembre 2006
Hermanos y amados hijos en el Señor,
Nuestro Dios misericordioso que ama a la humanidad creó el mundo para ser bella y funcional, suficiente para satisfacer todas las necesidades humanas. Se concedió al hombre, la corona y el rey de la creación, el disfrute de todo en el mundo que es necesario para la vida.

Dios infundió en cada relación beneficiosa entre el hombre y la creación sentimientos de alegría y placer. Además, Él imbuido hombre con un sentido de nostalgia cuando en la verdadera necesidad, y una sensación de saciedad, para proteger contra el abuso por el exceso. El hombre, por lo tanto, está equipado por Dios con una conciencia instintiva de la medida correcta de las cosas, de la diferencia entre lo que es necesario y beneficioso y lo que es excesivo y perjudicial. Dotado además con el libre albedrío, el hombre tiene la capacidad de actuar en su comprensión instintiva de los límites de estas dos condiciones, por lo que tampoco se puede establecer nuevos límites de auto-privación a los efectos del ejercicio espiritual, o puede dejarlos a un lado por completo a través de actos voluntarios de auto-engrandecimiento.


En este último caso, se trata ya sea con avaricia, que el Apóstol Pablo caracteriza como la idolatría, o con un odio hostil de los dones dados por Dios de la vida y de las cosas de este mundo. Ambas actitudes son igualmente condenables porque se oponen al plan perfecto de Dios que llena la vida del hombre de gozo y alegría.


Por desgracia, el hombre se negó a cumplir con las directivas divinas con respecto al uso medido de los recursos naturales de acuerdo a sus necesidades, ni tampoco que preservara y protegiera el mundo que se le confía, y así distanciado a sí mismo de la gracia de gobierno de Dios. Como resultado, el hombre actúa hacia su entorno circundante de manera rapaz y destructiva, como gobernante más bien que un administrador, lo que altera la armonía natural y el equilibrio que son de Dios. La naturaleza a su vez ha reaccionado con el abuso del hombre de manera desequilibrada, lo que inflige a la humanidad una serie de catástrofes naturales. Recientes fluctuaciones inusuales de temperatura, huracanes, terremotos, tormentas, las contaminaciones de los ríos y mares y muchas otras ocurrencias que perjudican el medio ambiente y el hombre son los resultados de las acciones humanas, ya sea llevada a cabo abiertamente o ejecutado en secreto. La causa última de todo este comportamiento destructivo es el egocentrismo del hombre, una expresión de su obstinado alejamiento de Dios y su esfuerzo para ser dios mismo.


Debido a este egocentrismo, la relación del hombre y la naturaleza, destinado por el Creador ha degenerado en un sometimiento insolente y arrogante de las fuerzas naturales y su uso para la matanza o sometimiento de los demás seres humanos en lugar de para la preservación de la vida y la libertad, o para la satisfacción de placeres excesivos, sin el cuidado de las consecuencias del uso excesivo.


El uso de fuerzas atómicas y nucleares de la naturaleza de la guerra es un insulto a la creación y el Creador, como es el consumo excesivo de cualquier tipo, que pesa sobre el medio ambiente natural con los contaminantes, lo que conduce al cambio climático y el calentamiento global y un desequilibrio en el orden natural, con todo lo que implica. El inmenso consumo de energía para fines de la guerra y el consumo excesivo de la humanidad contemporánea más allá de sus necesidades son dos áreas en las que las responsabilidades de los líderes políticos y ciudadanos comunes se entrelazan de tal manera para que cada uno de nosotros tiene el poder para contribuir a la mejoramiento de la condición general.


Amados hermanos y hermanas en el Señor, vamos todos a hacer todos los esfuerzos posibles, cada uno desde donde Dios nos ha colocado, para frenar nuestra imprudencia sobre el consumo, para que el funcionamiento armonioso de este planeta, nuestro hogar común, pueda ser restaurado, y que nosotros y nuestros hijos podamos disfrutar en paz todas las cosas buenas que Dios en su amor por nosotros ha creado y ofrece a todos los hombres y mujeres. Amén.
BARTOLOMÉ de Constantinopla
amado hermano en Cristo e intercesor ferviente ante Dios.

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