DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A
LOS OBISPOS DE UCRANIA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Sala Clementina.
Viernes 20 de febrero
de 2015
Beatitud,
señor arzobispo,
queridos hermanos obispos:
Os doy la bienvenida a esta casa, que
también es vuestra casa. Y vosotros lo sabéis bien, porque el Sucesor de Pedro
siempre ha acogido con amistad fraterna a los hermanos de Ucrania, país que,
con razón, se considera tierra de confín entre los herederos de Vladimir y de
Olga y los de Adalberto y de las grandes misiones carolingias, así como de las
que se remiten a los santos apóstoles de los eslavos, Cirilo y Metodio. Y aun
antes se registran tradiciones en el lugar, en parte documentadas, que
mencionan al apóstol Andrés y a los dos Papas mártires, san Clemente y san
Martín. Sed bienvenidos, queridos hermanos.
Me he informado con atención sobre
vuestros problemas, que no son pocos, así como sobre vuestros programas
pastorales. Encomendémoslos con confianza a la Madre de Dios y Madre nuestra,
que con amor tierno vela sobre todos.
Os encontráis, como país, en una
situación de grave conflicto, que se está prolongando desde hace varios meses y
sigue provocando numerosas víctimas inocentes y causando grandes sufrimientos a
toda la población. En este período, como os he asegurado en muchas ocasiones,
directamente o a través de los cardenales enviados, estoy particularmente
cercano a vosotros con mi oración por los difuntos y por todos los que son
golpeados por la violencia, con la súplica al Señor para que conceda pronto la
paz, y con la exhortación a todas las partes interesadas para que se apliquen
las resoluciones adoptadas de común acuerdo y se respete el principio de
legalidad internacional; en particular, que se observe la tregua recientemente
firmada y se actúen todos los demás compromisos, que son condiciones para
evitar la reanudación de las hostilidades.
Conozco las vicisitudes históricas que
han marcado vuestra tierra y que todavía están presentes en la memoria
colectiva. Se trata de cuestiones que en parte tienen una base política y a las
que no estáis llamados a dar una respuesta directa; pero también hay realidades
socioculturales y dramas humanos que esperan vuestra aportación directa y
positiva.
En tales circunstancias, es importante
escuchar atentamente las voces que vienen del territorio donde vive la gente
encomendada a vuestro cuidado pastoral. Escuchando a vuestro pueblo, os hacéis
solícitos con los valores que lo caracterizan: el encuentro, la colaboración,
la capacidad de componer las controversias. En pocas palabras: la búsqueda de
la paz posible. Fecundáis este patrimonio con la caridad, el amor divino que
brota del corazón de Cristo. Sé bien que, a nivel local, tenéis acuerdos
específicos y prácticos entre vosotros, herederos de dos legítimas tradiciones
espirituales —la oriental y la latina—, así como con los demás cristianos
presentes entre vosotros. Además de un deber, este es también un honor que se
os debe reconocer.
A nivel nacional, sois plenamente
ciudadanos de vuestro país, y por eso tenéis el derecho de exponer, incluso de
manera común, vuestro pensamiento acerca de su destino. No en el sentido de
promover una acción política concreta, sino en el de indicar y reafirmar los
valores que constituyen el elemento unificador de la sociedad ucraniana,
perseverando en la búsqueda incansable de la concordia y del bien común,
incluso frente a las graves y complejas dificultades.
La Santa Sede está a vuestro lado,
incluso en las instancias internacionales, para que se comprendan vuestros
derechos, vuestras preocupaciones y los justos valores evangélicos que os
animan. Además, está buscando el modo de ir al encuentro de las necesidades
pastorales de las estructuras eclesiásticas que también deben afrontar nuevas
cuestiones jurídicas.
La crisis desencadenada en vuestro
país ha tenido, como es comprensible, graves repercusiones en la vida de las
familias. A ello se añaden las consecuencias del erróneo sentido de libertad
económica que ha permitido la formación de un reducido grupo de personas que se
han enriquecido enormemente, en detrimento de la gran mayoría de los
ciudadanos. Por desgracia, la presencia de tal fenómeno también ha contagiado
en diversa medida a las instituciones públicas. Esto ha generado una pobreza
inicua en una tierra generosa y rica.
No os canséis nunca de hacer presentes
a vuestros compatriotas las consideraciones que la fe y la responsabilidad
pastoral os sugieren. El sentido de justicia y verdad, antes que político, es
moral, y tal incumbencia también se confía a vuestra responsabilidad como
pastores. Cuanto más seáis ministros libres de la Iglesia de Cristo, tanto más,
aun en vuestra pobreza, os convertiréis en defensores de las familias, de los
pobres, los desempleados, los débiles, los enfermos, los ancianos pensionados,
los inválidos y los desplazados.
Os animo a renovar, con la gracia de
Dios, vuestro celo por el anuncio del Evangelio en la sociedad ucraniana, y a
apoyaros en esto unos con otros mediante una colaboración concreta. Tened
siempre la mirada de Cristo, que veía la abundancia de la mies y pedía rogar al
Señor para que enviara obreros a ella (cf. Mt 9, 37-38). Esto significa rezar y
trabajar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y, al mismo
tiempo, significa cuidar atentamente la formación del clero, de los religiosos
y las religiosas, al servicio de un conocimiento más profundo y orgánico de la
fe en el seno del pueblo de Dios.
Quiero dedicaros, además, una ulterior
reflexión acerca de las relaciones entre vosotros, hermanos en el episcopado.
Conozco las complejas vicisitudes históricas que pesan en las relaciones
mutuas, así como algunos aspectos de carácter personal.
Pero es indiscutible el hecho de que
ambos episcopados son católicos y son ucranianos, aun en la diversidad de ritos
y tradiciones. A mí personalmente me hace mal oír que existan incomprensiones y
heridas. Hay necesidad de un médico, y este es Jesucristo, al que ambos servís
con generosidad y de todo corazón. Sois un cuerpo único y, como os dijeron en
el pasado san Juan Pablo II y Benedicto XVI, os exhorto también yo a encontrar
entre vosotros la manera de acogeros unos a otros y sosteneros generosamente en
vuestros esfuerzos apostólicos.
La unidad del episcopado, además de
dar un buen testimonio al pueblo de Dios, presta un inestimable servicio a la
nación, tanto en el plano cultural y social como, sobre todo, en el espiritual.
Estáis unidos en los valores fundamentales y tenéis en común los tesoros más
preciosos: la fe y el pueblo de Dios. Por eso, considero de suma importancia
las reuniones comunes de los obispos de todas las Iglesias sui iuris presentes
en Ucrania. Sed siempre generosos al hablaros entre hermanos.
Sea como greco-católicos, sea como
latinos, sois hijos de la Iglesia católica, que también en vuestra tierra
sufrió el martirio durante un largo período. Que la sangre de vuestros
testigos, que interceden por vosotros desde el cielo, sea un ulterior motivo
que os impulse a la comunión verdadera de los corazones. Unid vuestras fuerzas
y sosteneos recíprocamente, haciendo de las vicisitudes históricas un motivo de
participación y de unidad. Bien arraigados en la comunión católica, también
podréis llevar adelante con fe y paciencia el compromiso ecuménico, para que
aumenten la unidad y la cooperación entre todos los cristianos.
Estoy seguro de que vuestras
decisiones, de acuerdo con el Sucesor de Pedro, responderán a las expectativas
de todo vuestro pueblo. Os invito a todos a apacentar las comunidades confiadas
a vosotros, asegurando lo más posible vuestra presencia y vuestra cercanía a los
sacerdotes y a los fieles.
Deseo que tengáis relaciones
respetuosas y proficuas con las autoridades públicas.
Os exhorto a ser atentos y solícitos
con los pobres: son vuestra riqueza. Sois pastores de un rebaño que os ha
confiado Cristo; sed siempre muy conscientes de ello, incluso en vuestros
organismos internos de autogobierno. Se han de considerar siempre instrumentos
de comunión y profecía. En este sentido, deseo que vuestras intenciones y
vuestras acciones se orienten siempre al bien general de las Iglesias que se os
han confiado. Que os guíe en esto, como ha sido siempre, el amor a vuestras
comunidades, con el mismo espíritu que sostuvo a los Apóstoles, de quienes sois
sucesores legítimos.
Que os sostenga en vuestra obra el
recuerdo y la intercesión de los numerosos mártires y santos que la gracia del
Señor Jesús suscitó entre vosotros. Que la protección maternal de la
bienaventurada Virgen os fortalezca en vuestro camino al encuentro de Cristo
que viene, reforzando vuestros propósitos de comunión y colaboración. Y,
mientras os pido que recéis por mí, con afecto os imparto una especial
bendición apostólica a vosotros, a vuestras comunidades y a la querida
población de Ucrania.
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